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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

El síndrome de la cabaña

Hasta el pasado lunes, Alcestes Menéndez Romaní resistía feliz la soledad mayúscula de su ansiado confinamiento en un séptimo piso con vistas al Natahoyo. Si Molière escribiera hoy los versos del atrabiliario enamorado, elegiría a este Alcestes para su "Misántropo". Qué satisfacción perder de vista por mandato gubernamental al compañero de oficina del Sporting, un Pedrerol pontificante cada lunes de "Chiringuito"; o prescindir de los chistes de dudoso gusto del panadero del barrio al liviano precio de una chapata. Qué satisfacción no cruzarte cada tarde en el parque con los niños del vecino del cuarto, que destrozan los bancos de madera con la fuerza de un albañil. A las ocho, cuando el resto de la ciudad salía a los balcones a aplaudir, él bajaba la persiana de madera de un golpazo y se metía en la cama con su camisón blanco y su gorro de bola.

Pero ahora el Gobierno ha ordenado una amnistía parcial de las celdas domiciliarias y Alcestes, solterón empedernido, inconsciente de que la soledad es la peor de las compañías, adicto al teletrabajo y a la compra online, no se atreve a poner un pie fuera del portal de casa. Ni siquiera un generoso acopio de mascarillas y geles desinfectantes le anima a un paseo vespertino por el Muro, que intuye infectado de huidos de la claustrofobia de sesenta días de encierro por causa viral. Presa de agorafobia, le ha tomado pánico a contaminarse de un estornudo furtivo en la cola del autobús urbano o en la carcajada vocinglera de un grupo de jóvenes convocados de urgencia al aquelarre de una terraza. Dicen los expertos que a quien atenaza el temor paralizante de que el peligro está fuera sufre el "síndrome de la cabaña".

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