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Las cosas del decoro

El fallecimiento de Anguita y su ejemplo para la política actual

Se han sucedido estos días las imágenes que muestran diversos momentos de la vida política de Julio Anguita; quizá no esté de más fijarse en su forma de hablar. Era un político muy decoroso, y su corrección formal revela, en el contraste con quienes más o menos le relevan ahora, que ha cambiado sustancialmente el listón de los modales aceptables en la política española. Es curioso lo del insulto; una vez puesto en circulación, es como si quedara la sospecha de que mejor proferirlo para no quedarse atrás, no vaya a ser que quien no insulta parezca un muermo. Se veía cómoda a Lastra manejando el insulto en las Cortes hace poco; se hace obvio que la ignorancia facilita el gusto por lo rabaneril.

En el fondo asistimos a una competencia feroz por hacer válida la propia preparación, por escuálida que sea; insultar mucho es una buena forma de que los menos preparados medren más desprisa y legitimen una cortedad intelectual que, en ámbitos más exigentes que la política, los mandaría al desempleo. En eso tiene suerte nuestro actual presidente, a quien sus valedores muestran como alguien que está seráficamente por encima de la ordinariez. El presidente no baja al insulto, decía hace poco la ministra Calvo en entrevista conmovedora; Sánchez debió de tener un lapsus cuando llamó indecente por la tele a un rival político para quitarle la silla. Esa es la gran comodidad actual de Sánchez; ahora tiene quien insulte por él y agradece ese favor; lo agradece tanto que no se fija en el peso político que su partido pierde progresivamente en la dirección de nuestros asuntos precisamente porque, en tiempo de insulto fértil, se hace necesario el capote de los viscerales. El PSOE está perdiendo fuerza en el gobierno y los socialistas desvían la mirada como quien se resigna ante lo imparable.

En la gestión de la plaga que nos aflige también pasan cosas graciosas; ahora no se puede criticar a quien manda porque se amontonan los símiles náuticos; estamos todos en el mismo barco y cosas así. Es hora de la política con mayúsculas, afirmaba con cierto esfuerzo expresivo uno de los muchos cracks que ahora nos entretienen. Asombroso. ¿Cuándo fue la hora de la política con minúsculas? ¿Tan poco seria políticamente es la salud que solo en la enfermedad hay que arrimar el hombro todos juntos? Y en ese arrimar el hombro ¿todo el mundo tiene que morderse los labios por igual para limar asperezas y forjar patriotismos, o hay que permitir excepciones y que se encolericen los que no pueden remediarlo? Han llegado los tiempos en los que cuidar la sintaxis como hizo Anguita parece cosa de cavernarios. La nueva normalidad: qué coñazo. Cuídense.

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