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Carmen Pérez Novo

Amor filial

La pérdida de los padres sin un último beso en estos tiempos extraños

Estamos viviendo una situación extraña. Y con hechos muy tristes. Uno de ellos, la pérdida de uno o varios seres queridos. Algunas personas han perdido al padre y a la madre. En la situación que de sobra conocemos. Se han ido, sin el último beso. Han tenido que ser llorados, en la soledad de su encierro, sin poder consolarlos, en esa solitaria y definitiva despedida?, que tanto nos impresiona ¡Oh Dios, cuánto dolor, cuánta pena! ¡Qué hueco tan profundo se instala en el corazón tras su ausencia! En condiciones normales, la pérdida de un padre o una madre es como una contusión profunda, que se esparce sin ser vista, y con la sensación de que nunca llegará a desaparecer del todo. Cuántas veces imaginas a tu madre, aún ahí, dispuesta a la confidencia y consuelo, y a tu padre orientándote en tus conductas. Raro es el día que no pienses en lo que darías por sentir el roce de sus labios en tu mejilla, el olor de su piel, el sonido de sus voces, y muchas veces rememoras imágenes muy antiguas, en las que te veías con ellos en los instantes felices de la infancia, de aquellos remotos en los que ambos estaban muy lejos de los adioses definitivos. Un gran dolor brota dentro de ti, cuando buscas a tu alrededor a esas personas, a quien tendrías que darle las gracias por haberte traído a este mundo. Y al no hallarlos, una abrumadora nostalgia invade tu vida. Porque, un padre y una madre, son insustituibles. Y es así porque son tus orígenes, los que te han dado la vida, tus raíces, tu procedencia, ese árbol genealógico que te marcará para el resto de tu vida. Y de ahí que la herida que nos deja su ausencia, es muy posible que no la cure el tiempo. Aunque, quizás, sea más bonito que no cicatrice del todo, sino que se mantenga abierta para llenarla con su luz, esa luz que nos estará esperando al fondo del camino como un bálsamo reparador. Por eso, mis queridos y queridas lectores, que han perdido a sus padres en estos tiempos difíciles, ánimo, mucho ánimo. Porque, esos seres queridos, con su amor gratuito y eterno, aunque ausentes en el plano físico, pasan a ser los guardianes, la voz de la conciencia y el refugio de tantas desazones que, irremediablemente, aparecerán en nuestro transcurrir por este planeta Tierra.

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