Partiendo del hecho objetivo de que la pandemia del coronavirus llegó sin avisar y no traía prospecto de instrucciones, habría que convenir que tres meses después de que se desatara la batalla contra el covid-19 hay algunas lecciones que convendría memorizar, para evitar caer en errores precedentes. Errores que costaron vidas y que permitieron al patógeno cebarse en las personas mayores, víctimas propiciatorias de una tragedia sin precedentes en décadas.
En Asturias, una región muy envejecida, con las pirámides de población vueltas del revés, las residencias de ancianos y los geriátricos se convirtieron en diana predilecta del virus. La contabilidad de los muertos de esta crisis sanitaria reseña claramente que las personas de mayor edad ingresadas en esos establecimientos han sido las más expuestas. Y lo siguen siendo.
A estas alturas resulta insano apelar a la mala suerte, a un descuido, a un fallo de los protocolos. La consecuencia de un brote de las características del detectado en Gijón no puede servir de argumento a los agoreros que reclaman encerrar a todo el mundo en sus casas otra vez, retornar a la casilla de salida. Es preciso aprender a prevenir, aumentar la vigilancia, respetar al máximo los parámetros de seguridad. Ahora ya sabemos a qué nos enfrentamos y no valen excusas.
