Ocurrió a mediados de abril, y tal como me lo contaron lo relato, para que quede testimonio de cómo gestos sencillos calibran la grandeza del ser humano, que no siempre es lobo para sus semejantes. Una mujer que vivía sola en Oviedo recibía a diario la atención de un joven vecino, que incluso le había prestado un libro para hacerle más llevadera la cuarentena. Pero ella no podía leer: se sentía tan angustiada en los grilletes de su soledad que era como si un cuervo negro revoloteara sobre las páginas y la sombra de sus alas oscureciera los renglones. Al saber de esa contrariedad, el joven, conmovido, se ofreció a leerle por teléfono, un rato por la mañana y otro por la tarde, "El amor en los tiempos del cólera", de García Márquez. Y así comenzó la tarea, el 25 de marzo con las primeras líneas: "Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados". Durante varios días y con voz pausada le relató los avatares del amor contrariado de Florentino Ariza y Fermina Daza. Hasta que la mujer enfermó y la llevaron al hospital. Allí certificaron días después su defunción.
Si hay que obtener una lección, solo una, de las consecuencias de esta terrible pandemia, sea la de priorizar la salud y el bienestar de los mayores. El registro de bajas del coronavirus reseña una lista de nombres de edad avanzada en porcentaje abismal, lo cual obliga, a partir de ahora, a dotar a residencias y geriátricos de más y mejores medios técnicos y humanos, y a acompañar la soledad de los que deciden quedarse en sus casas.
