Qué tiempos tan convulsos, en los que los dirigentes de los países se ven superados por las circunstancias terribles de una pandemia que ha cogido a los políticos con el paso cambiado y a los ciudadanos encerrados en una cárcel de pánico, atenazados por el miedo, dispuestos a entregar parte de sus derechos y libertades a cambio de seguridad. Lo que está pasando en España con la purga de la cúpula de la Guardia Civil es consecuencia de un intento de injerencia del poder político en el judicial. Lo que ocurre en Estados Unidos, un polvorín encendido de proporciones incalculables, confirma que la soflama verbal de su presidente avienta la yesca de la revuelta social.

Ocurre en los países tan políticamente polarizados, como el suyo y cada vez más el nuestro, donde la escala cromática se ha decolorado y ya no parece haber otro tinte que el blanco y el negro. O se está conmigo o se está en mi contra. Y quien está contra mí sufrirá sobre su espalda el golpe seco del aparato represor del Estado, como está ocurriendo en Norteamérica, donde el monopolio legítimo de la fuerza se emplea con cierta frecuencia de manera ilegítima. La responsabilidad policial en la muerte brutal de un afroamericano ha echado a la gente a la calle contra un racismo persistente. En un país donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, necesariamente la Policía acaba siendo más numerosa. Y más brutal. En el frontispicio de la fachada de la Corte Suprema de EE UU hay grabada una frase, básica en la Constitución de 1787: "Igual protección bajo la ley". Quod est? ¿En qué quedamos?