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Cuando le estaba cogiendo cariño al sofá, la vida se normaliza. Vivir es echar de menos el sofá, lo mismo que eres viejo cuando éste se convierte casi en parte de tu cuerpo. Una columna sobre los sofás hay que escribirla en una silla. Si no, te sale tumbada, torcida, algo mullida, a lo mejor de cuero. Te puedes quedar dormido escribiéndola. El otro día publicó Vicent un texto titulado "La escuela de los escritores acostados", citando a grandes nombre como Onetti o Valle Inclán, pero yo creo que hay también una escuela de escritores sentados en el sofá. A mí, cuando no se me ocurre nada me voy al sofá. Lo malo es que ya en el sofá lo que se me ocurre es ponerme a leer o a ver la tele y entonces no escribo. Cuando veo a alguien que escribe muy mal le digo, siéntate un ratito en el sofá. En los sofás se han roto parejas y se ha fornicado, se come, se sueña, se pide una pizza, se ve "El gatopardo", se reza o se leen las aventuras de Astérix. En el sofá sentamos a las visitas queridas. A las que son un peñazo hay que decirles, después de levantarse de la mesa, que estamos muy ocupados.

El sofá es la gran inversión de nuestras vidas. Marca mucho la diferencia. Una casa con sofá cómodo es un hogar y una casa con un sofá mediocre es un infierno con olor a crema para la lumbalgia. Todo el día en el sofá, decimos tomando la parte por el todo, para definir un día que en realidad hemos pasado en la cocina, en la nevera, en el cuarto de baño y en la cama. Las familias de orden tienen asignados sus sitios en el sofá. Hay un sitio para el padre, otro para la madre y cada hijo tiene su lugar. La familia se va descomponiendo cuando el hijo quiere el sitio del padre en el sofá o cuando la madre va y se sienta de cualquier manera avasallando la parcela de un vástago. Las matriarcas y patriarcas son más de sillón o butacón, para distinguirse del resto de la familia, plebe, que se aposenta en el sofá. Cuando un hijo se marcha de casa, los padres a veces dejan intacta su habitación y tienen como remordimientos si también invaden su parte del sofá, sofá que era invadido por el nene, todo lo largo que es, desde bien temprano hasta la noche en las jornadas veraniegas sin instituto o facultad. Un gran enemigo del sofá son las migas. O sea, enemigas. En los sucesivos sofá en los que nos hemos sentado está nuestra historia. El viejo sofá familiar, el sofá desvencijado del piso de estudiantes, el sofalito, el sofá moderno, el de diseño. La gente cuenta las casas en las que ha habitado pero no los sofás en los que ha dormitado. En la cabezada veinteminutera en el sofá, después del almuerzo, está condensada la calma y la sabiduría de siglos, la dieta mediterránea y el reseteo de la mente y el cuerpo que tal vez previene el infarto.

En el sofá puede uno hacerse ateo, dado que el cielo que tenemos más a mano es el techo. Blanco y vacío. Hay un activismo de sofá. Una filosofía de sofá. Los dentistas ponen en sus consultas un sofá cómodo para que te confíes, aunque lo que más te duele no es la muela y sí el bolsillo. Un sofá en familia es un tresillo. Un sofá cama es un sofá que está pluriempleado. Bendito sofá, que siempre nos aguarda.

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