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Populismos, suicidio de la democracia

España se juega ahora vivir entre la libertad o una falsa igualdad

Nuestro país comienza a "abrirse" poco a poco. Desde el 14 de marzo han pasado ya tres meses largos. Recordamos aquel 8 de marzo al que algunos culpan como la gran puerta de entrada del virus en nuestro país, en contraposición al pasado 24 mayo donde algunas calles de algunas ciudades se vestían de coches con la bandera de España contra el Gobierno. Dos momentos muy concretos, en apariencia buenos, pero que ponen de relieve la grave polarización que acecha a nuestro país.

Defender los derechos de la mujer, reivindicar su papel en las instituciones y en la sociedad, denunciar de modo incansable todos los casos de abusos hacia ella, es positivo y sano en cualquier sociedad libre. Cuando el fin y los medios son buenos el resultado es positivo. Sin embargo, en España, lo que presenciamos es una alteración de los fines. La izquierda ha ideologizado tanto el 8M como otras luchas sociales porque desde hace tiempo sabe que es el único modo de tener algún peso en el ámbito político. Por ese motivo les resulta molesto ver a mujeres de Ciudadanos o del Partido Popular participar en algún 8M. El fin de Podemos o del PSOE más sectario no es proteger a la mujer, sino usarla como arma política.

Por otra parte, demostrar con orgullo la bandera nacional, como ocurre en otros países del entorno, me parece razonable, del mismo modo que manifestarse en contra de un Gobierno que ha gestionado y sigue gestionando mal una crisis de la envergadura de la actual. Sin embargo, todo eso se contamina cuando se queda en un juego de banderas y banderines, o en el protagonismo obsceno de tres políticos (Abascal, Monasterio y Espinosa de los Monteros) que se pasean por la Castellana en una especie de carroza cacareando un discurso vacío y puramente emocional.

En ambos polos campa a sus anchas el populismo más soez y castizo, el totalitarismo disfrazado de justicia social, la demagogia, la emoción barata, el protagonismo de unos pocos, las misteriosas manos que subvencionan a ambos, ese juego tan peligroso de "los hunos y los hotros".

Una España en manos de populistas es la muerte de la democracia, del constitucionalismo y del bienestar; es el réquiem de la política con mayúscula. Gracias a Sánchez hoy la izquierda más radical está en el Gobierno. Es una izquierda que solo se entiende desde la división y el enfrentamiento. Gracias a la polarización de Sánchez, Vox, esa derecha sin ideas y visceral, tiene una significativa representación en el Congreso.

En los próximos meses España se juega vivir entre la libertad o una falsa igualdad basada en más proteccionismo, más intervencionismo, que lastrará dramáticamente nuestra economía y bienestar. Los populismos, Vox y Podemos, abogan por lo segundo. Tanto PSOE como PP tienen la responsabilidad patriótica de liberarse de las cadenas de sus extremos y caminar al centro.

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