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Millas

EL TRASLUZ

Juan José Millás

Grandes superficies

Recorro el supermercado en el sentido de las agujas del reloj. Ahora mismo estoy en la zona de la esfera que correspondería a las seis, y que coincide con la de entrada. Los responsables de las grandes superficies estudian estos movimientos instintivos para colocar sus productos en función de ellos. Empiezo por el pan, continúo hacia los embutidos, como si me hiciera un bocadillo imaginario, y desde allí me dirijo a las carnes. Luego, antes de regresar al circuito periférico, me interno en los pasillos centrales, donde hago acopio de yogures, quesos, cereales e infusiones, además de cervezas, tónicas y detergentes varios.

De vuelta a la carretera de circunvalación, paso por la pescadería, los ahumados y las variantes para terminar en la zona de frutas y verduras. Cuando llego a la caja, he dado una vuelta a la esfera del reloj. Siempre es así desde hace años. Era como lo hacía mi madre y como probablemente lo harán mis hijos. El otro día, por llevarme la contraria, intenté recorrer el circuito al revés, pero no me salió. Al poco, volví a la ruta habitual, en la que el carrito de la compra parece ir solo.

Se lo comenté a mi psicoanalista, que permaneció muda unos segundos. Luego dijo:

-¿Sus circuitos mentales son igual de rutinarios?

Traté de imaginar la mente como un supermercado. ¿Qué me ofrece la mente?: opiniones acerca de la vida, temores respecto a las enfermedades, prejuicios políticos o filosóficos, adhesiones o rechazos literarios, reflexiones sobre el tránsito final? Los productos de la mente no son a primera vista tan atractivos como los del supermercado, sobre todo si añadimos las ideas obsesivas a la lista anterior. Hay una zona del híper donde se exponen unas veinte variedades de fuet, casi todas del mismo precio. Me gusta mucho el fuet, pero me desconcierta tanta oferta. Los veo ahí, colgados, y me recuerdan a las ideas obsesivas que consumen gran parte de mi jornada.

-No sé -respondo finalmente a la terapeuta-, quizá sí, tal vez mis circuitos mentales no sean menos rutinarios. Me aterra el desorden.

Ella asiente con una especie de "hum" y pasamos el resto de la sesión en silencio, cada uno en la gran superficie de su conciencia.

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