El "Elogio del horizonte" cumplió el pasado martes tres décadas en lo más alto del cerro de Santa Catalina. La colosal obra de Eduardo Chillida llega a la treintena convertida en un símbolo indiscutible de Gijón, con el que se identifican la práctica totalidad de los colectivos sociales, vecinales, políticos y deportivos, como han reflejado las páginas de este periódico en una serie de reportajes que comenzó en marzo y que hoy llega a su fin. Lejos queda el rechazo que suscitó inicialmente en algunos sectores, bien por razones estéticas bien por el desembolso de cien millones de pesetas que supuso su construcción en medio de la cruda reconversión industrial. Nadie discute ya a estas alturas que la pieza de hormigón armado, de quinientas toneladas, es un reclamo turístico de primera magnitud que ha traspasado los límites de Asturias. Y menos aún que su imagen representa mejor que ninguna la gran transformación del concejo en el actual periodo democrático. El "Elogio" concentra lo que Gijón soñó ser y ha logrado ser. Es el emblema de una urbe acogedora que recuperó la autoestima para labrar otro futuro, pero también un estímulo para seguir avanzando en estos nuevos tiempos de zozobra.

La inauguración de la obra hace treinta años llevó aparejadas tres importantes novedades. La primera fue la recuperación del cerro de Santa Catalina como un espacio abierto a vecinos y visitantes, después de décadas hurtado por usos militares. Es imposible entender el Gijón actual sin esa atalaya, concurrido lugar de ocio y con unas vistas privilegiadas sobre el litoral y buena parte del casco urbano. La segunda consecuencia de la creación de Chillida tiene un componente artístico. Es el máximo exponente de la vasta colección de escultura pública de la ciudad, una de las mejores de España, tal y como aseguran los especialistas. Y además introdujo en Asturias un estilo rupturista y atrevido. Por último, el "Elogio" se erigió pronto en el icono de un lugar que estaba necesitado de referentes tras la sangría industrial de los años ochenta y noventa. Cumplió una doble función: permitió a los gijoneses reencontrarse consigo mismos y se convirtió al mismo tiempo en el hito de un nuevo periodo iniciado por el exalcalde Vicente Álvarez Areces, que determinó para lo bueno y para lo menos bueno la reciente historia local. Fue, sin duda, el emblema de un modelo. Pero su grandeza consiste precisamente en haber logrado trascender esa etapa para ser un símbolo apreciado por todos, da igual la ideología o los gustos.

De ahí el acierto de la exposición inaugurada esta semana en el cerro de Santa Catalina, compuesta por siete paneles elaborados por los historiadores Luis Miguel Piñera y Héctor Blanco para dar a conocer los pocos secretos que aún guarda el monumento. Y de ahí también la urgente necesidad de acometer en él labores de conservación que palien los efectos del salitre y el paso del tiempo. Cuidar el "Elogio", en todos los sentidos, es cuidar la esencia de Gijón.