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Camilo José Cela Conde

República

Frente a los cantos de sirena contra la monarquía, lo que cuenta es la libertad, la justicia y la igualdad de las que gozamos

La toma de la Bastilla fue el acto más representativo del alzamiento popular que cambió para siempre lo que los historiadores llaman "antiguo régimen". Si bien la Constitución de los Estados Unidos precedió en un par de años a la Revolución francesa, y sus consecuencias fueron permanentes -sin Napoleón Bonaparte alguno que las dejase en nada-, nos sentimos herederos del programa de la Ilustración que honraba los valores de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Como el asalto a la Bastilla se produjo contra una monarquía absolutista, el régimen que la sustituyó tomó la forma, por contraste, de una república. De hecho, aquellos valores ilustrados se convirtieron de golpe en los ideales republicanos. Pero lo que en verdad cambió fue una idea absolutista del poder por otra democrática que la inmensa mayoría de los europeos actuales, incluidos los españoles por supuesto, entiende como el único en justicia válido. En ese sentido, somos todos ciudadanos republicanos, es decir, defensores de la res publica. En realidad el que Luis XVI fuese rey no deja de ser una anécdota. El ejercicio despótico del poder podría haber adoptado otra figura. Coronarse como rey por derechos dinásticos o ser elegido por el Espíritu Santo, como sucede de manera oficial con el papado, es lo de menos. Ya se llame emperador, pontífice, sátrapa o dios encarnado, lo esencial es el hecho de que goza de un poder absoluto impuesto, con la ayuda de la siempre presente aristocracia, sobre unos súbditos en la práctica esclavizados.

En Francia, a la contrarrevolución de Bonaparte le siguieron repúblicas respetuosas con los valores de la Ilustración y también monarquías constitucionales del todo comparables en cuanto a asumir esos mismos valores. Cuando en 1978 la dictadura franquista quedó atrás gracias a la nueva Constitución, el artículo 1º de nuestra Carta Magna estableció tres puntos esenciales: que en España priman los valores de libertad, justicia, igualdad y pluralismo, que la soberanía nacional reside en el pueblo y que la forma política que adopta el Estado es la monarquía parlamentaria.

Así que los cantos de sirena que se oyen en contra de la monarquía están en realidad cargando contra el aspecto menos importante de nuestro Estado de derecho. Lo que cuenta de verdad es la libertad, la justicia, la igualdad, el pluralismo y la soberanía de la que goza el pueblo español en su conjunto. La cuestión a plantearse hoy, pues, no es la de si el Jefe del Estado debe ser un rey sino la muchísimo más crucial de si los valores ilustrados se siguen defendiendo y reivindicando igual que en 1978 o incluso más, que es lo que cabría esperar. Dicho de otro modo: lo que nos proponen desde según qué ministerios, e incluso alguna vicepresidencia, ¿aumenta o disminuye la libertad, la justicia, la igualdad, el pluralismo y la soberanía conjunta? No nos vayan a estar colando, en nombre de la república, una marcha atrás.

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