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BILLETE DE VUELTA

El Príncipe y el Ferreiro, por Francisco García

El 26 de noviembre de 1993, Pepe el Ferreiro, genio y figura, trajeado y sin boina, puso a las claras ante el futuro Rey de España que al amo de la fragua no le arredraba Vulcano. Cuando don Felipe tuvo que agacharse, desde su alteza, para atravesar el umbral del Museo Etnográfico de Grandas de Salime, desde ese día "Pueblo ejemplar" de Asturias, al inefable Naveiras le vino la vena republicana: "En estas puertas humilla hasta un Príncipe", espetó al heredero de la Corona. Antonio Trevín, entonces presidente del Principado, le miró de reojo, con cierto pavor, como diciendo "Pepe, no la líes, que estamos de fiesta".

El actual monarca recorrió el museo del brazo del Ferreiro, que le mostró los cuchillos de palo de una casa construida con la memoria del pasado rural donde cabía el relato práctico de todos los oficios tradicionales. Del telar a la madera, de la madera a la fragua. Un molino que muele, un horno que huele a pan de masa buena, aperos de labranza, útiles agrarios, añejas artesanías, instrumental de ultramarinos? miles y miles de piezas que componen la secuencia del ADN de esta región expuestas con sorprendente coherencia.

Naveiras hizo tomar al futuro Rey vino del país "que hai que bebelu pol cachu". Y al pasar por la fragua, el padre del Ferreiro, herrero también, le dibujó al yunque un clavo de la suerte ante el alborozo de Quinita, una grandalesa que le chistó al ilustre visitante que en ese recinto no podía faltar ella, dueña de una "boca de museo", en alusión a una cordillera discontinua de incisivos y caninos.

Pepe explicó al Príncipe, en lección magistral, la esencia del museo en apenas veinte minutos de semblanza. Seguramente le hubiera gustado tener a don Felipe allí más tiempo, como aquel alemán que pasó tres días enteros en el recipiente de aquel máster singular de etnografía.

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