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El misterio del horizonte

Homenaje a la gran escultura del cerro de Santa Catalina de Gijón, obra de Eduardo Chillida

Alzado sobre el promontorio o cerro que llaman de Santa Catalina en Gijón, os envío esta carta. Soy una escultura de hormigón creada por el gran artista vasco Eduardo Chillida. He sido colocada en la cima de este lugar fabuloso, a pesar de mis quinientas toneladas de peso y mis diez metros de altura, con toda delicadeza. En mi partida de nacimiento consta que vine al mundo el día en que me inauguraron, esto es, el 9 de junio de 1990. Que a nadie sorprenda que pueda hablar, todas las esculturas del mundo hablan, y yo no soy una excepción.

Y como otras esculturas, tampoco fui aceptada por todos al principio. Sin dejarme explicar lo que pretendía representar, me juzgaron con la mayor severidad y hasta llegaron a pedirme que me fuera, que no era bien recibida, que no pintaba nada allí. Yo callé y aguanté. Incluso trataron de humillarme diciendo que era el váter de King Kong. ¡Qué risa me dio cuando me pusieron ese nombre, el váter de King Kong! ¡Qué ingenio y qué sentido del humor demostraba quien así me bautizo! Esa denominación humorística ayudó a que se me conociera cada vez más.

Yo sabía que la gente tenía que aprender a quererme. El tiempo pasó, aquel rechazo desapareció y ahora soy el símbolo de la ciudad de Gijón. Y si quiere venir King Kong, estoy a su disposición.

Frente a mí se extiende un mar inmenso. Desde aquí contemplo incansable el horizonte. No deja de sorprenderme ni un instante. ¿Cuál es el enigma de esa línea en la que parecen juntarse el cielo y el mar?

Una conversación de un abuelo con su nieta me desveló parte de su secreto.

La niña, de poco más de seis años, interrogaba sin cesar a su abuelo, un viejo pescador de Cimavilla al que ella llamaba Elo. Como todos los niños, tenía avidez de saber.

-Elo, ¿se puede coger el horizonte?

El abuelo sonrió y le dijo bajito a su nieta.

-El horizonte es mágico.

-¿Mágico? ¿Por qué es mágico? -preguntó la niña.

-Un día quise tocarlo -contestó el abuelo con voz de viento suave-. Todos se reían de mí. "Estás loco", me decían, "se te ha ido la cabeza". No les hice caso. Salí a buscarlo en mi pequeño barco de pesca. Me esforzaba cuanto podía, pero, por mucho que navegara, el horizonte seguía tan distante como cuando había partido a buscarlo. Pensé que se estaba riendo de mí. Volví a tierra agotado y avergonzado. No me atreví a contarle a nadie mi aventura.

-¿Y no fuiste más a pescarlo?

-Sí, por supuesto. Sin embargo, aquella enigmática raya siempre seguía igual de lejos. Remara yo cuanto remara, mantenía con orgullo su distancia. Un día dejé de ir en su busca. Fue cuando, de repente, de tanto perseguirlo, comprendí por qué el horizonte se aleja siempre de quien intenta alcanzarlo.

-¿Por qué, abuelo?

-Porque el horizonte está ahí para impulsarnos, para que salgamos de nosotros mismos. Nos sirve para navegar, para andar, para que nos pongamos metas lejanas aunque nunca lleguemos hasta ellas.

La niña quedó pensativa, miró a su abuelo con ojos de mar y dijo muy seria:

-Abuelo, yo también quiero ir a buscar horizontes nuevos.

El abuelo, casi en un susurro, le dijo:

-Irás, ya lo creo que irás.

Y se fueron los dos, alejándose de mí.

Comprendí entonces por qué Eduardo Chillida, el escultor que me hizo como soy, me dijo al verme terminada:

-Tú estás aquí para decirles a los humanos que el horizonte está en su mirada. Por eso te voy a llamar "Elogio del horizonte", que es un reconocimiento a quienes tienen amplitud de miras.

Termino esta carta mirando, como siempre, la línea que une el cielo con el mar. Ya he descubierto uno de sus misterios, pero sé que guarda muchos más. También sé que aquella niña algún día me los vendrá a contar.

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