Se llama expertos a esos técnicos a los que se convoca para tomar una decisión que otros ya habían tomado antes de forma equivocada. A Pedro Sánchez le han hecho una lista de cien cabezas brillantes para que le ayuden en el empeño de diseñar la España de la pospandemia, ese país imaginario al que nos encaminamos como un rebaño de vacas que más que flacas son ya paupérrimas.

Se desconoce si en ese equipo de ilustres hay algún matemático, profesionales que en estos meses se han convertido en augures fiables de lo que iba ocurriendo con el virus, en base al manejo de las herramientas del oráculo de la estadística mediante el estudio de los datos. Resulta sospechoso que este Gobierno quiera ponerle bridas a las Matemáticas en el Bachiller, en la nueva ley de Educación de la ministra Celaá, que parece encelada con la inteligencia. Lo cual muestra la evidencia empírica de que hay gente que llega a ministro porque no vale para otra cosa.

¿Para qué sirve un matemático? Para darse cuenta, como Abraham Wald durante la Segunda Guerra Mundial, que para mejorar los aviones de combate no había que reforzar las zonas que recibían más impacto antiaéreo del enemigo -las puntas de las alas, el cuerpo central de fuselaje y los timones de cola-, sino las que no estaban marcadas con impactos: el morro del avión, los motores y la parte trasera del fuselaje. ¿Por qué? Porque se analizaban los agujeros de los aviones que regresaban del combate, pero no los que no volvían, porque habían sido derribados.

Moraleja: las Matemáticas amueblan mucho las cabezas. Tal vez por ese motivo las quieran apartar del sistema educativo: conviene más un votante mamerto que uno que se rige por la lógica.