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FG y la actualidad

La reaparición del expresidente González en la esfera pública

Hubo estas semanas mucho lío con Felipe González: al fin algo interesante. Lo de menos es, ciertamente, que alguien en las divertidas amistades del sanchismo exprese su desacuerdo con este o aquel episodio del pasado presidencial de FG. No es eso. Es otra cosa más profunda que tiene que ver con un cierto canon de solemnidad política. De todo lo que nos ha caído encima desde que Sánchez cumplió su fantasía personal y acampó en Moncloa, lo más relevante es la sustitución del decoro parlamentario por la legitimidad del habla de las tabernas (reemplazo que en España se considera de izquierdas: asombroso). No se trata, para quien ha hecho ruido estas semanas, de diferencias doctrinales en el PSOE -en ese partido no hay debate de ideas desde hace mucho tiempo-, y basta con ver quiénes mandan y quién los puso (y cómo se expresan, por cierto). No es eso. Se trata de llegar a la conclusión de que el decoro y la ramplonería son cosas comparables, y que en cuestión de gustos puede ganar cualquiera de las dos.

Hay un clímax oscuro y muy español en la contemplación de la excelencia vencida- lo taurino es eso. La pulsión linchadora de los tiempos, feroz y creciente, propicia ese climax; tumbar a quien tiene estatura de hombre de Estado vendría a corroborar que no hay nada estrafalario en que Lastra y Rufián negocien nuestro futuro, y que sería una extravagancia pedirles preparación y oraciones subordinadas. Los elogios interesados a Zapatero -verdaderamente incomprensibles desde otra óptica- van en la misma dirección. A Sánchez le llueven las amistades que le dicen hay que ver cómo mola tu partido ahora y qué poco molaba hace veinte años. Y Sánchez, que escénicamente es muy inseguro y necesita una defensa leñera a su lado para estar tranquilo y no ver idus de marzo por todas partes, perdona que le hablen de cal viva justamente por eso.

La insistencia en bajar el listón de la excelencia política es darwinismo puro; no hay forma de que los poco preparados parezcan lo contrario y tengan acceso a los privilegios del poder sin antes dinamitar la imagen de quien sí sabía lo que decía. Es una pelea ética, y estética también: el acoso a González la ejemplifica. Y estamos en el medio de ese tumulto. Mientras tanto, Sánchez pide patriotismo: otro pasmo. Sus aliados son poco sensibles a esa apelación por razones elementales de coherencia con sus siglas, de suerte que el encargo cae sobre no se sabe quién. Necesitamos otro CIS paternal que nos pregunte y no cree usted que todos deberíamos arrimar el hombre de suerte que el gobierno gobierne y los discrepantes no discrepen? En fin. Conmovedor.

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