Hace justo un año aguardaban los gijoneses con impaciencia que el Circo del Sol levantara sobre terrenos de El Musel su imponente carpa, el techo de una ciudad rodante que ha recorrido, desde 1984, decenas de países del planeta, elevando a temerario el más difícil todavía. Desde lejano hubo complicidad entre los saltimbanquis y los habitantes de esta ciudad portuaria de puertas abiertas. Los artistas correspondieron al cariño y al asombro del público situándose en cada función en la delgada línea de lo más arriesgado de su repertorio. Hasta tal punto el cariño era mutuo que la alcaldesa Fernández Felgueroso llegó a plantear a la compañía canadiense disponer de una sede estable en Gijón.

Tal ha sido la convulsión provocada por la pandemia del coronavirus que doce meses después del estreno de "Kooza", su último espectáculo, el Circo del Sol se ha visto obligado a declararse en bancarrota. En la práctica la medida supone el despido de 3.480 trabajadores y una obligada reestructuración de capital que le permita asumir el pago a sus acreedores.

Transformaron el concepto circense y lo encumbraron a una altura superior a la del más elevado de los trapecios. El covid-19 les obligó a saltar sin red al vacío de la pista, exenta de público, y llevó a la UCI, escasa de defensas, a una de las iniciativas de ocio más sorprendentes de las últimas décadas. La empresa saldrá a subasta, llegará un nuevo dueño obligado a hacer equilibrios en el alambre presupuestario de una nueva realidad desconocida y el espectáculo, antes o después, se recuperará: el virus contorsionista no podrá robarle la ilusión al circo.