El PNV gobierna Euskadi sin mayoría pero con solidez, nadie duda de que ganará las elecciones del 12 de julio y es socio respetado del gobierno Sánchez como antes del de Rajoy. Por el contrario, la antigua CDC ya no existe, el presidente que eligió huyó a Waterloo y sus diputados en Madrid, divididos, pintan poco. O votan con Vox.

El PNV es un partido democrático-oligárquico, con direcciones influyentes en las tres provincias vascas, mientras que CDC era un partido caudillista en el que sólo mandaba Pujol. Cuando Ibarrertxe, que en el 2000 había salvado al PNV, se equivocó y Patxi López fue "lendakari", el partido rectificó sin ruido, nombró un candidato de perfil más prudente y, cuatro años después, recuperó el poder. Por el contrario, cuando Artur Mas, el sucesor ungido por Pujol y sus hijos, fracasó en el 2015 y se quedó sin mayoría, el partido no reaccionó (no había dirección con poder) y Mas eligió en 24 horas a Puigdemont, sabiendo que las CUP le votarían.

Aquello acabó en la fallida declaración de independencia, la aplicación del 155, los presos independentistas y las elecciones de diciembre del 2017. Entonces un PDe.CAT traumatizado no vio otra salida que, con el aval de Mas, integrarse en una confusa coalición, montada por Puigdemont y en la que el exilado nombró a su gusto a la mayoría de los diputados electos. JpC ganó a ERC por 13.000 votos. Y aunque perdió por 260.000 frente a Cs, el pacto independentista le dio la presidencia que acabó recayendo en Quim Torra, impuesto por Puigdemont por ser el mas incondicional.

Así Puigdemont ha mandado en la Generalitat y en JpC los últimos 30 meses. Y cuando la dirección del PDe.Cat (entonces Marta Pascal) desobedeció y votó la moción de censura para que Pedro Sánchez llegara a La Moncloa fue fulminada. Puigdemont cree aquello de "cuanto peor, mejor" y hace y deshace listas como un cacique. Rechaza la CDC histórica y apoya el maximalismo y el unilateralismo. Nada que ver con el realismo del "peix al cove" de Pujol. También apuesta por ser más radical que ERC, lo que contrasta con el centrismo posibilista de parte del electorado pujolista.

El conflicto entre el PDe.CAT y Puigdemont ha estado latente desde siempre. La gran novedad es que ahora los políticos moderados de la antigua CDC le plantan cara abiertamente. Por una parte, Marta Pascal, cansada de la indefinición del PDe.CAT, fundó el pasado fin de semana, junto a los exdiputados Campuzano y Xuclá que votaron la moción de censura, el Partit Nacionalista de Catalunya (PNC) que rechaza la unilateralidad y aboga por un referéndum pactado. Y el reciente libro de Marta Pascal cuenta con un significativo prólogo de Iñigo Urkullu.

Fue la primera rebelión. Esta semana ha llegado la segunda. El propio Bonvehí, el aún diputado de JpC Ferrán Bel y la dirección del PDe.CAT (la que pactó con el PSC la Diputación de Barcelona) son los que se han negado a disolver el partido en el nuevo artefacto electoral de Puigdemont. Bonvehí y muchos de sus alcaldes implantados en el territorio no quieren entregar la herencia (cierto que venida a menos) de la antigua CDC. Pero Puigdemont es astuto y cuando ha visto que perdía -o podía perder- la batalla interna del PDe.CAT (pese al apoyo de varios "consellers" de Torra y de los "consellers" presos) ha despreciado al partido que le hizo president y en un gesto soberano ha roto el carnet con todo el ruido posible. Esperando que muchos militantes con cargo (o sin él) se pasen a sus filas. Y así irá a las elecciones, sin mas programa que el maximalismo, los cantos a la inexistente República catalana, y la acusación a ERC de tibieza nacionalista (o cosas peores).

Veremos como evoluciona todo. Por el momento Puigdemont no ha podido merendarse a la antigua CDC. Lo más probable es que el PNC, quizá junto al PDe.CAT, monte una cuarta lista soberanista que aspire a entrar en el Parlament de Catalunya para defender políticas de centro liberal (distintas a las de ERC) y contrarias (¿cómo ERC?) a la unilateralidad.

Puigdemont ha forzado la máquina por la inminencia electoral, pero ha topado con el gen convergente. Su personalismo no tolera el debate ideológico o estratégico, pero quizás no ha calculado bien. ERC observa el espectáculo con cierto placer. Los problemas de su gran enemigo electoral, que sólo les adelantó el 2017 por el 21,65% del voto frente al 21,39%, no le vienen mal.

Lo relevante es que habrá una cuarta lista independentista de signo centrista, junto a la de Puigdemont, la de ERC y la de las CUP. El independentismo se fracciona.