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LA POLÍTICA ESPAÑOLA, VISTA DESDE ASTURIAS

Óscar R. Buznego

Otra vez Cataluña

La ruptura interna del movimiento que abanderó el procés

Durante el confinamiento nos hemos preguntado de forma casi obsesiva cómo serán nuestras vidas después de la pandemia. El politólogo en boga Ivan Krastev, recluido en su domicilio familiar del interior de Bulgaria, ha esbozado unas cuantas reflexiones muy oportunas y las ha publicado en un librito con el título "¿Ya es mañana?". Los profetas han visto visiones, luminosas y tétricas, del futuro que nos aguarda. Atribuyen al virus una influencia todopoderosa que no tiene, olvidando que el mundo no cambia tan fácilmente. Enseguida vamos a comprobar que por todas partes muchas cosas seguirán siendo las mismas, aunque presenten un aspecto diferente, y que otras habrán mutado, pero no a consecuencia de la epidemia.

Sucede así con la cuestión catalana. El gobierno ha anunciado la próxima convocatoria de la mesa de diálogo, aunque sin precisar finalidad, fecha ni orden del día, y Cataluña vuelve a ocupar un lugar preferente en la agenda política española. La aplicación del artículo 155, tras el remedo de referéndum del 1 de octubre de 2017, frenó en seco el movimiento independentista, pero no resolvió el problema de fondo. Desde entonces, la política catalana está en escombros, sin un proyecto de reconstrucción, y aún así condiciona la política española de una manera decisiva.

La aceleración del calendario judicial del President de la Generalitat, y el previsible destino político que le deparará, la inhabilitación, ha hecho que suene de nuevo el aviso de elecciones en Cataluña y se agite el patio político local. El alboroto es particularmente ruidoso y desavenido en el espacio que durante más de un cuarto de siglo había ocupado, bajo el liderazgo indiscutible de Jordi Pujol, la coalición formada por Convergencia y Unió Democrática. En el haber del independentismo hay que contar la descomposición de la fuerza política hegemónica del nacionalismo catalán en una sucesión de pequeños partidos, que se crean con la misma rapidez que se disuelven.

La última novedad es la decisión adoptada por Puigdemont, en el limbo judicial y político en el que se encuentra desde que huyó de España, de fundar un nuevo partido definidamente independentista con el que competir por el gobierno de Cataluña. La cita está preparada y va sumando apoyos, entre ellos los de algunos presos del procés, miembros del ejecutivo que preside Torra y parlamentarios y dirigentes locales del PDeCAT. Así, los partidarios del independentismo unilateral se reagrupan poniéndose a los pies de su líder, cuya actuación sigue la pauta de los populistas más populares del mundo, como Trump, Orban, Johnson y otros, que se elevan por encima de sus partidos, imponiendo un estilo muy personalista. Mientras, el resto de los independentistas deciden si volver al nacionalismo testimonial o mantener la aspiración de un referéndum de autodeterminación pactado con el Estado, en todo caso con una actitud pragmática y conciliadora.

La iniciativa de Puigdemont significa la importación en Cataluña de una fórmula política que está cosechado éxitos notables en procesos electorales recientes celebrados en las democracias europeas, que rebaja el papel de los partidos en la vida política, incluso en la última función que ejercían en régimen de monopolio, la de administrar las carreras profesionales de ministros, diputados y otros cargos públicos, y realza la figura del líder, en el que se concentran el poder de tomar decisiones y todo el simbolismo de unas siglas.

Pero el paso de Puigdemont de llamar a filas al independentismo resuelto es mucho más relevante ahora por sus implicaciones inmediatas. En la política catalana, es la consumación de la ruptura interna del movimiento que abanderó el procés, que venía gestándose hace tiempo y debilita al independentismo. Esta división era una de las condiciones necesarias para la institucionalización definitiva de la cuestión catalana. Resulta imposible hacer pronósticos electorales fiables al menos hasta que el cartel de candidaturas esté cerrado, pero la expectación que pueda generar Puigdemont con su decisión se reducirá políticamente a saber qué composición tendrá el gobierno que salga de las urnas, si nacionalista o izquierdista.

En la política española, la lucha abierta entre diversos sectores del soberanismo abre nuevas posibilidades y allana levemente el camino de la negociación y el pacto en el contencioso catalán. El gobierno español podrá celebrar que al otro lado haya un interlocutor dialogante y flexible como el viejo catalanismo pujolista. Cobra cierto sentido la mesa de diálogo como una treta ideada para ganar tiempo a la espera de la fractura y contracción del independentismo. De momento, la pandemia está provocando el efecto un tanto paradójico de fortalecer al Gobierno.

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