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Un amigo desde la infancia

En recuerdo del sacerdote Pepe Novalín

Conocí a José Luis González Novalín en plena Guerra Civil cuando, en la primavera de 1938, inicié la escuela en Tresali. Él tenía 9 años y yo 5, pues ambos habíamos nacido en enero: él el 6 de 1929 y yo el 11 de 1933.

En aquella escuela unitaria de niños, más que por los apellidos, nos conocíamos por el nombre de la madre: yo era Alberto el de Argentina, mientras que él era Pepe el de Feliz, al lado de Pepe el de Adela y Pepe el de Marina que tenían a San José como patrono.

Dado que nuestra casa en Vegadali pertenecía a la parroquia de San Bartolomé de Nava, nos correspondía a mi hermano y a mí la escuela graduada de la Colegiata, en la villa, en la Prazuela, distante unos dos kilómetros. Pero, como teníamos que hacer parte del recorrido por la carretera general (N-234), mis padres consideraban el trayecto peligroso para mi hermano, año y medio escaso mayor que yo, y para mí, dado que pasaba un automóvil cada hora aproximadamente, mientras que a Tresali solo circulaba el coche del médico de Ceceda, don Florentino, en días alternos. Esa fue la razón por la que ambos hermanos iniciamos nuestros estudios en la escuela unitaria de niños de Tresali.

Pepe Novalín dejó la escuela de Tresali siendo el alumno más brillante, pese a sus 11 años, en el verano de 1940 para iniciar los estudios eclesiásticos en el seminario menor de Tapia de Casariego en octubre de aquel año.

La amistad que habíamos iniciado en 1938 la reanudamos el 2 de octubre de 1944 al ingresar yo también en el seminario menor de Tapia de Casariego. Pepe Novalín y otro compañero de la escuela de Tresali, Cecilio Díaz González, que iniciaba el segundo curso, se habían adelantado unas horas a mi llegada y me ayudaron a bajar la maleta del autocar de la empresa Salustio de Villaviciosa que nos llevó a 37 "pipiolos" desde la plaza de la Catedral de Oviedo, desde donde partió hacia las once de la mañana para llegar a Tapia, distante 140 kilómetros, hacia las ocho de la tarde. No hay que olvidar que los vehículos funcionaban entonces, no con gasolina o gasoil, sino con "gasógeno", artilugio que movía el motor por combustión de carbón vegetal y para subir la cuesta de Cabruñana tuvo que hacer una parada y dos para subir la Espina con el fin de "coger presión", según los entendidos.

Pepe y Cecilio me llevaron la maleta a un salón corrido con unas 20 camas donde ya habían depositado el colchón que mis padres habían facturado por transportes La Victoria. Entonces comenzó una ardua tarea para un niño de 11 años cansado de un viaje en autobús de nueve horas: desenrollar el colchón con la almohada, las mantas, las sabanas y la colcha, hacer la cama, abrir la maleta y poner la ropa, el calzado, los útiles de limpieza, los cubiertos, el vaso y las servilletas en orden y bajar la maleta a la "malatería". Pero conté con la ayuda generosa de Pepe y Cecilio que ya eran veteranos para todo ello.

Al día siguiente tuvimos el acto oficial y solemne de la inauguración del curso, en el que Pepe Novalín recibió Matrícula de Honor en todas las asignaturas de 4º curso. Ni que decir tiene lo que yo fardaba con los galardones de mi amigo y compañero de escuela.

Tanto Pepe como Cecilio fueron mis guías en aquellos primeros días en el internado, con sólo 11 años y lejos de mi familia. Pero, al cabo de 15 días nos anunciaron que los alumnos de 1º curso teníamos que trasladarnos a otro seminario menor situado a 8 kilómetros en el vecino concejo de Castropol, en la parroquia de Barres, en el castillo conocido como las Torres de Donlebún, propiedad de la familia Trenor, residente en la vecina Figueiras. De Donlebún se mudaron a Tapia los de 4º curso. Hicimos el viaje a pie y el cruce se hizo en el pueblo de Serantes situado a medio camino, donde don Vicente Marturét nos entregó a don Manuel Suárez que había acompañado a los alumnos de 4º curso desde Donlebún. Los colchones y maletas los transportaron en varios carrillos tirados por caballerías.

En el verano de 1945 visité con frecuencia a Pepe Novalín y a Cecilio en Tresali y otras veces eran ellos los que pasaban por mi casa, camino de la Prazuela, nombre que daban mis padres a la villa de Nava. Esas mismas visitas se repetían en los veranos posteriores, hasta que en octubre de 1948 volvimos a encontrarnos en el seminario mayor de Oviedo, donde Pepe iniciaba Teología; Cecilio, Filosofía, y yo, quinto año de Latín y Humanidades.

A lo largo del curso escolar me veía poco con Pepe pues vivíamos en pabellones distintos: los domingos en la misa solemne y en algunas circunstancias, pero nos encontrábamos mucho los veranos. Pero todos los años, en la inauguración solemne del curso, Pepe Novalín recibía Matrícula de Honor prácticamente en todas las asignaturas del curso anterior y en 1950 recibió también el Premio extraordinario "Rodríguez Díaz-Santamarina".

Fue ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1952 en el Congreso eucarístico internacional de Barcelona y asistí a su primicial misa solemne que celebró en la iglesia de San José de Tresali el 15 de junio.

Ya sacerdote, marchó a Roma a estudiar a la Universidad Gregoriana, en la cual obtuvo, en 1965, el doctorado en Historia de la Iglesia con su tesis sobre "El Inquisidor General Fernando de Valdés", fundador de la Universidad de Oviedo.

Seguíamos encontrándonos los veranos y el 29 de junio de 1956 predicó en mi primera misa. Ese año, en octubre, comenzó su etapa de profesor del Seminario de Oviedo. Fue canónico archivero de la Catedral, secretario técnico de la Comisión diocesana de Liturgia y profesor de la Facultad de Teología del Norte de España con sede en Burgos.

Estando yo en las parroquias de Somió, Bóo de Aller, Tapia de Casariego y Onís solía visitarlo de vez en cuando en Oviedo. Cuando marché a Holanda (1966-1975) como capellán de emigrantes españoles en la Misión católica española de Zaandam y luego también en la de Amsterdam, ya nos veíamos solo los veranos, en agosto, cuando yo venía de vacaciones.

En 1974 se trasladó a Roma, al ser nombrado vicerrector y posteriormente (1998-2010) rector de la iglesia española de Santiago y Montserrat y del Centro Español de Estudios Eclesiásticos, ciudad donde tambien desarrolló su docencia universitaria en la Facultad de Teología Teresianum.

Estando yo en Alemania (1975-2007), en la Misión católica española de Nürnberg, organicé 4 viajes a Roma en tres de los cuales -junio de 1981, mayo de 1992 y mayo de 1998- nos acompañó Pepe como extraordinario guía, conocedor de todos los rincones, secretos, historia y monumentos de la Ciudad eterna. En otro viaje que organicé en mayo de 1992 no pudo acompañarnos por tener esos días ocupados, pero consiguió que nos hiciera de guía otro sacerdote asturiano, Marcelino Garay, que se encontraba estudiando en Roma.

Lo que procuraba era encontrarnos en Tresali o en Vegadali todos los veranos en el mes de agosto, en el que coincidíamos en Nava.

De regreso a España, en 2014, se trasladó a la casa parroquial de San Pedro de Gijón, donde nos veíamos con frecuencia. Los lunes solía asistir a la cena del grupo del Bibio en la que yo participaba habitualmente. Cuando su estado de salud se fue deteriorando, le visitaba en la casa parroquial de San Pedro o le telefoneaba. Todavía el 25 de marzo, dos días antes de su muerte, hablé con el por teléfono cuando se encontraba en el HUCA ya en mal estado.

Su muerte supuso para mí un mazazo, pues era perder a un amigo entrañable, bueno y sabio. Como dice muy bien el cantar de los Del Río: "Cuando un amigo se marcha, algo se muere en el alma".

Claro que, para un cristiano, la muerte no es el final del camino, sino un paso doloroso, como todas las despedidas, a la plenitud de vida y felicidad en la casa del Padre Dios, pues Jesús resucitado "ha vencido a la muerte y nos ha hecho participes de su vida inmortal", como decimos en el canon II de la Misa.

Para recordar a esta extraordinaria persona de la que tuve el privilegio de ser amigo, os invito a los funerales por su eterno descanso que tendrá lugar el lunes 27 de julio a las 13,00 horas en la Catedral de Oviedo y el jueves 30, a las 19,30 horas en su parroquia natal de San José de Tresali.

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