De mayor uno querría ser diputado del Parlamento catalán: cobrar por discutir sobre el sexo de los ángeles con barretina o acerca de la bragueta de los Borbones. Digo de mayor porque no habrá tamaña carcundia como disfrazarse de moderno y trastocar la historia al antojo del particularismo o creerse descendiente de la pata del Cid o del bigote poblado de Valentí Almirall.
Se le ocurre al atorrante Torra convocar un pleno de censura a la monarquía y el resto del rebaño nacionalista bala la ocurrencia con la mansedumbre de la corderada. Que como el padre es un corrupto y al hijo lo han puesto a dedo hay que abolir la monarquía. La fórmula chusca es parte de un plan multicéfalo que tiene como fin procurar la destrucción de la España del régimen del 78, del que los catalanes han obtenido, legislatura tras legislatura, beneficios pingües que han sido vedados, entre otros, a los asturianos.
Si el Parlament pretende convertirse en adalid y ariete contra la corrupción de Estado debería dedicar un monográfico a la familia Pujol, reyezuelo de Taifas que lleva décadas sorteando con triquiñuelas el peso de la Justicia. ¿O es más delito llevarse el dinero a Suiza que enterrarlo en Andorra? A los nacionalistas les fastidia que Felipe VI les pusiera la cara colorada y las peras al cuarto cuando se inventaron una independencia de la señorita Pepis, en aquel discurso memorable en el que el Rey se posicionó, como era obligación legal, del lado del orden constitucional. Se la tienen jurada y ahora quieren aplicar al monarca un 155 con butifarra.
