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José María de Loma

Lluvia con sorpresa

Cayó un chaparrón. Inopinadamente. Siempre hay que contar con lo inesperado. Fue en mi ciudad, a las diez de la mañana. Me sorprendío justo cuando entré en mi automóvil. Puse la radio y daban los pitidos de la hora en punto. Y zas. Agua. Sofocante calor y agua. Tropical ambiente. Tal vez la asamblea de palomas, en urgente reunión, rechazó la lluvia. Llovía aplicadamente y se me vino a la cabeza la descripción que hizo Cela en "Mazurca para dos muertos'" de la lluvia. Lo difícil es describir las gotas. Éstas venían con rabia. De pronto, desde el coche, viendo llover, me parecieron ridículos tantos viandantes con pantalón corto. El verano no es elegante. Miré mis piernas y las vi. Quiero decir, que vi la piel, ya que también llevaba pantalón corto.

Lluvia de verano. Sin arcoíris. El arcoíris es un espectáculo gratis, infrecuente. Se diría que mágico. Tiene algo de infantil. Conviene tener cuidado al hablar o escribir de él, ya que te pones cursi en menos de lo que dura un chaparrón. Yo siempre que veo el arcoíris le digo a mi hijo corriendo que lo mire, que no se lo pierda. El problema es cuando no voy con mi hijo, que también lo digo. Entonces la gente me mira como si estuviera desequilibrado. El desequilibrado del arcoíris. Una vez en un taller literario le dije a un alumno que describiera un arcoíris. "Solo está en tu imaginación", escribió. No es una descripción realista pero sí interesante. Por penalizar la audacia le dije que nunca llegaría a nada. Va por su quinta novela y ya tiene un adosado.

El caso es que la lluvia paró al cabo de unos minutos, justo cuando aparqué mi vehículo, que quedó limpio por esta precipitación de verano. Entonces pensé en la posibilidad de que la lluvia hubiese parado por sincronización con mi coche. Arranqué. Volvió a llover. Paré el motor. Escampó. Repetí la operación varias veces. De pronto me vi con la llave apta para propiciar la lluvia, cambiar el clima o los acontecimientos. Estuve tentado de volver a arrancar. Pero lo cierto es que me bajé del coche.

Huí. Algo asustado, caminé presuroso. Presuroso es un adjetivo apto para el andar de un personaje agobiado en el final de un relato. No he vuelto a por mi coche. De esto hace ya once días. Hoy ha vuelto a llover.

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