La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Millas

EL TRASLUZ

Juan José Millás

¿Para qué?

Me gustaría estar siempre recién duchado, como ahora. Me siento mal cuando llevo más de cinco horas sin ducharme. Es una enfermedad. Mi psicoanalista dice que intento limpiarme algo que no está en el cuerpo.

-Si no está en el cuerpo -pregunto yo-, ¿por qué me encuentro tan a gusto conmigo mismo cuando salgo del baño?

A eso no responde. También me encanta el sabor que me queda en la boca tras tomarme un café solo. Había dejado el café por el té verde hace años, pero he vuelto a caer. Me lo tomo poco a poco (como me ducho poco a poco), con pánico a vaciar la taza. El regusto permanece diez minutos, quince si estaba muy cargado. Los placeres fuertes son cortos. Podría estar todo el día a café, pero entonces empiezan a manifestarse molestias digestivas.

La vida es un conflicto.

Mi padre tomó café y se duchó sin ayuda hasta sus últimos días. Lo que peor llevaba era no poder atarse los zapatos. Hay dos edades importantes en la vida del hombre: aquella en la que aprendes a atarte los zapatos, y aquella otra en la que no eres capaz de agacharte para hacerlo. Entre una y otra, discurren miles de domingos por la tarde que al final se apelmazan para parecer uno. Recuerdo, asimismo, los lunes por la mañana. Cogía el autobús cerca de casa para volver al trabajo tras el fin de semana. Me veo en la parada, muerto de frío, junto a otros muertos de frío. Uno de ellos lleva desatados los cordones de los zapatos. Me parece imposible que no se haya dado cuenta, por lo que no me atrevo a decirle nada. Es un señor mayor, muy gordo. A lo mejor no ha podido.

Un día llevé a mi padre unos mocasines, pero me dijo que los odiaba. Le parecían de pijo o algo así. Prefería ir sin cordones. Estaba el hombre en una habitación del sanatorio y me duché absurdamente en su cuarto de baño. Nadie visita a un enfermo para ducharse, pero me quedé a gusto. Luego fui a la cafetería y cogí un café para él y otro para mí. Nos los bebimos juntos y pocas veces en mi vida me he sentido mejor. La ducha pide café y el café pide un cigarrillo, pero en lo del cigarrillo, de momento, resisto. ¿Para qué?

Compartir el artículo

stats