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Hacia un proyecto metromontano, por Jorge Fernández Sangrador

La montaña debe considerarse un espacio esencial más que un destino para el deporte y el ocio

En los Picos de Europa, según los guardias del parque nacional, impera un "colapso" preocupante a causa de la desbordante presencia de turistas, que suben a las alturas de la cordillera sin haber adoptado las medidas que se requieren para caminar por ellas.

Las autoridades han hecho un llamamiento a la población para que nadie se adentre en tan hermosos, pero en ocasiones peligrosos, parajes sin ir adecuadamente pertrechado y sin haberse informado antes acerca de cuáles son las condiciones y las posibilidades reales de acceso a los lugares a los que se pretende ascender. Raro es el día en el que los equipos de rescate no tengan que salir en auxilio de alguien que precisa ayuda.

Los analistas dicen que la afluencia masiva de visitantes hacia las montañas asturianas se debe a la menor incidencia del coronavirus en la región, a diferencia de otras en España. Sin embargo, todos recordamos las imágenes televisivas del sábado 14 de marzo en el mirador de El Fitu, en donde la fila de coches aparcados en los arcenes de la carretera era inacabable.

Y eso que ya se había propalado la voz de alarma respecto a la magnitud de los contagios. De hecho, la Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada había pedido a los deportistas de alta montaña que limitasen o renunciasen temporalmente a las prácticas de alpinismo, senderismo, escalada, vías ferratas, descenso por barrancos y a todo tipo de excursiones, con el fin de evitar accidentes y, por tanto, la sobrecarga de trabajo en los hospitales.

Por otra parte, las malas condiciones en las que se encuentran algunas carreteras y pistas de montaña constituyen añadidos motivos de preocupación para todo el mundo. Es el caso de la de Pandébano, que han tratado de reparar recientemente los ganaderos, rellenando de arena los baches, para que los turistas no se vean obligados a hacer maniobras peligrosas y acaben rodando, en los vehículos, laderas abajo.

Pues bien, esta circunstancia de flujo de personas hacia las montañas, durante y después del encierro domiciliario general, se ha dado en otros lugares. Y es precisamente lo que ha empujado a las regiones alpinas y apeninas de Italia a pedir que se acelere la confección de un proyecto "metromontano", en el que las montañas no sean apéndices de la vida urbana o metropolitana, apreciadas nada más que por ser eventuales destinos para el ocio y los deportes estacionales, y solo eso, y sin que sean ensartadas en el conjunto de realidades constituyentes del ordinario hábitat humano. Según los impulsores de tal iniciativa, que ya viene de los años 70 y 80 del siglo pasado, los proyectos se hacen solamente desde y para las planicies y las zonas marítimas.

¿Cabe entender la ciudad de Oviedo sin la espina dorsal de la Sierra del Aramo, que, no solo la achica a la vista del viajero cuando este se aproxima a la capital del Principado por la Autopista Y, sino que la abastece ininterrumpidamente de agua? La ciudad, que le succiona, insaciable, la linfa que borbotea en sus entrañas, ¿sabe agradecérselo? ¿Quién depende de quién: la metrópoli de la montaña o la montaña de la metrópoli? Y, al igual que este, se podrían citar otros ejemplos.

¿Cómo es posible que esas enormes moles montañosas, ubérrimas, que están a 40 minutos de la gran ciudad, no figuren en la trama estructural diseñada por la Administración pública para una mejor gestión de los espacios existentes? La consideración que se les otorga, en realidad, es la de mero páramo verde extendido sobre un mapa, que ha perdido el carácter de sujeto moral, "modo suo", que en otros tiempos poseía.

Moria, Sinaí, Horeb, Nebo, Garizim, Ebal, Carmelo, Sion, Olivos, Tabor, Hermón, altos de Judá, Efraín, Gelboé, Samaria, Moab, Galaad, Basán y Dan. Son los nombres de las cumbres en las que han acontecido los hechos fundacionales del pueblo de Israel, que, tras deambular por desiertos, encontró en la cima de los montes sus referencias identificativas y morales. Bruce Chatwin, escritor de libros de viajes, sostenía que los pueblos nómadas tienden al arte abstracto y que son irreligiosos, pues la migración colma sus necesidades espirituales, pero que es ascendiendo por el sendero que sube a las montañas como llegan a encontrar la salvación.

Y esto es precisamente lo que está sucediendo en los actuales tiempos de post pandemia, en los que huimos del tráfago de las ciudades y de los excesos con los que, al nadar en la abundancia, nos habíamos desposado, y subimos a la montaña para respirar hondamente, para seguir solazándonos en ese silencio que, encerrados en casa, habíamos aprendido a gustar, y para experimentar la sobrecogedora y plenificante sensación de estar ante el Misterio "tremens et fascinans", que se manifiesta magnífico, luminoso y temible en la montaña. En toda montaña, como sentenciaban los antiguos: "Ex montibus salus".

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