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Invisible belleza

La deliciosa biografía de Saint-Exupéry escrita por el periodista italiano Enzo Romero

Ha sido una deliciosa lectura de verano la de la biografía de Antoine de Saint-Exupéry escrita por el periodista italiano Enzo Romeo. Y, mientras pasaba las páginas, me venían a la mente entrañables recuerdos de la adolescencia en Cangas de Onís, en donde un joven profesor de francés, Jorge V. Gutiérrez Carrillo, nos iniciaba, en el Instituto "Rey Pelayo", en una nada fácil aproximación a "Le Petit Prince".

El título del libro de Romeo es "L'invisibile bellezza". Se halla en perfecta correspondencia con la línea del discurso trazada en el cuento de Saint-Exupéry, en el que el zorro le dice al Principito: "He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos".

Comentaba don Jacques Dupont, prior de la cartuja de Serra San Bruno, evocando las palabras de un maestro de novicios, que no es para cartujo quien no sea capaz de gustar la sabiduría remansada en "El principito", del que el citado pensamiento sobre el escondido bien se ha erigido en destacado emblema.

Y es que, a Dios tampoco lo vemos, pero está siempre ahí, invisible y esencial, y dándose a conocer por medio una "noticia amorosa" que él nos hace llegar como experiencia de comunicación interior, verdadera y totalizante, en el corazón, centro de nuestro ser.

A Saint-Exupéry se le hizo manifiesta la percepción de "lo que está y no se ve" durante un viaje en barco a Argentina. Fue en septiembre de 1929. Se dio cuenta de que, si arrimaba la frente a una pieza de hierro en la estructura de la nave, sentía una tenue vibración. Eran golpes secos, rítmicos y omnipresentes. Provenían de los motores, que, aunque nadie los veía, impulsaban incesantemente el bastimento.

Y la travesía, que duraba dieciocho días, podía transcurrir enteramente sin que los pasajeros se percatasen en absoluto de la existencia de aquella fuente de energía, oculta a sus ojos, que hacía posible el que, tras haber llegado al puerto de destino, comenzaran a realizarse sus sueños de éxito y de felicidad.

En Argentina precisamente conoció a la que luego fue su mujer, Consuelo Suncín, salvadoreña, quien, estando ya en Europa y residiendo en Jarcy, al regresar a casa desde París, vio que los rosalistas de la región estaban desesperados porque la helada iba a acabar con las flores. Ella, con determinación, entró en su alcoba y en el ropero, cogió las sábanas bordadas con el escudo de la familia de su marido y las tendió sobre las rosas, sobre las que buenamente pudo cubrir, para protegerlas. Y de igual modo, siguiendo su ejemplo, los vecinos.

Las rosas sobrevivieron. Al referirle el hecho a Saint-Exupéry, una persona le comentó: "Madame ama mucho las rosas, porque quiere salvarlas cueste lo que cueste. Más aún, Madame es ella misma una rosa". Y esta fue probablemente una de las circunstancias que contribuyeron a pergeñar la figura de la rosa en "El principito".

Sin embargo, para Saint-Exupéry es en el desierto en donde realmente se puede llegar a descubrir el real imperio del hombre: el interior. "Al principio, parece que no hay nada más que vacío y silencio; pero es sólo porque no se entrega a amantes de un solo día". Quienes entienden bien esto son los monjes. "El Sáhara se revela, aunque en nosotros mismos. No se aproxima uno a él visitando un oasis, sino en el sentimiento religioso de una fuente", escribió Saint-Exupéry.

Lo decía también el Principito: "Lo que da belleza al desierto es que oculta un pozo en algún sitio". En este capítulo, en el que el protagonista se expresa en tales términos, se reconocen semejanzas con el pasaje evangélico de la Samaritana, a la que Jesús le manifiesta, con las mismas palabras del Principito, su deseo: "Tengo sed de esta agua. Dame de beber". Solo que, en el Evangelio de San Juan, esa agua que fluye dentro, en torrentes incontenibles, salta hasta la vida eterna. Y es ella, y su búsqueda, la que hace infinitamente hermosa la vida. "¡Ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que les da belleza es un algo invisible!".

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