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SOLO DE TROMPETA

Asturianías

El sentimiento de nostalgia de quienes abandonan la tierrina

En estos días de celebraciones, cincuenta aniversario de la instalación de "La madre del emigrante" en Gijón y el 8 de septiembre, recordé que allá en el primer lustro de siglo coincidieron dos generaciones de emigrantes que se enzarzaron en un rifirrafe dialéctico sobre qué era la asturianía. De un lado, el histórico Centro Asturiano de Madrid. Del otro, una nueva asociación, Asma, acrónimo de asturianos en Madrid.

Marcada por la distancia, la convivencia entre organizaciones no sufrió roce hasta el preciso instante en que la nueva diáspora solicitó su trozo del pastel en los presupuestos de la Dirección General de Emigración. Beneficiarios naturales de las ayudas del Gobierno, los históricos, tomaron la noticia como una amenaza, comunicaron oficialmente su malestar y advirtieron que no estaban dispuestos a compartir dotaciones que mermaran su capacidad económica.

Asma, haciendo uso de su legítimo y natural derecho, había solicitado ayuda para sus actividades de carácter cultural y gastronómico, que sin cuotas ni sede social estaban cosechando gran éxito en la capital. Alguno de sus eventos llegó a congregar a más de cuatrocientas personas. Al tiempo había iniciativas en Bruselas, Londres y París. El perfil de aquella nueva emigración podría definirse con un eslogan publicitario de la época: "Jóvenes, aunque suficientemente preparados". La amenaza crecía.

El Consejo de Comunidades Asturianas (en el exterior) convocó una reunión, a tres partes, con el objetivo de limar asperezas entre paisanos. El encuentro, ausente de cifras, derivó en una conversación filosófica que puso sobre la mesa un juicio de valor tan confuso como inesperado. Justificando un derecho histórico superior, el Centro Asturiano argumentó que no se podía sentir la asturianía, aun trabajando en Madrid, si se volvía a la tierrina cada quince días. Que la asturianía era un sentimiento de nostalgia hacia la tierra. No saber si regresarás. Y que regresando cada poco tiempo no era posible albergar tal sentimiento. Asma respondió que no era necesario perder de vista tu país para llevarlo en el corazón y que no resultaba deseable tener que trabajar a cuatrocientos kilómetros de tu casa y tu familia.

Una vez comunicada la decisión de mantener la dotación económica a los históricos y ayudar puntualmente a la diáspora moderna, la cuestión filosófica quedó relegada para los encuentros estivales, propicios para hablar de leyendas urbanas y otras sidras, sin una conclusión definitiva que explicara qué es eso de la asturianía.

Pero yo a quien creo es a mi amigo Richar, asturiano en Bilbao, cuando dice:

-¿Donde queda Asturias? En el pecho a la izquierda.

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