Resultó liberador y decepcionante al mismo tiempo descubrir que con la imaginación no se mataba. Ni siquiera lograbas que al otro le saliera un forúnculo. Exonerado de ese superpoder, comencé a desear la muerte de más personas de las que caben la guía telefónica. Un día pensé que quizá muchas de esas personas, antes de dormirse, deseaban también la mía y me pareció muy saludable ese intercambio de deseos insatisfechos. Si matas a alguien (imaginariamente, insisto) el martes por la tarde, no te vas a enzarzar en una discusión con él el miércoles por la mañana. El miércoles por la mañana está muerto, aunque lo tengas delante de ti, intentado provocarte para que le rebatas esto o lo otro, pero sobre todo esto. "Esto" suele ser la situación política. No discuto con nadie acerca de la situación política porque luego me da ardor de estómago. Ahí viene, por cierto, el sueño, puntual como el 666, que es el autobús que conduce el diablo.
Buenas noches, amigos y enemigos.