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José María de Loma

Cafés cerrados

La tristeza de las ciudades sin hostelería

Todos los cafés de París están cerrados. Parece el inicio de un poema. No hay noticia más triste. París sin cafés. Sin intelectuales echando humos, bellos jóvenes apurando copas de vinos, señores saboreando un té con pastas mirando la vida pasar, que pasa sobre todo para que nosotros la contemplemos desde la terraza de un café. La pandemia trae esta tristeza a las ciudades, locales cerrados, se alquila, se vende, cerrado por jubilación. Liquidación. Como tenemos menos escaparates que ver miramos más dentro de nosotros mismos. No nos gusta lo que vemos y entonces ponemos la televisión. Para ver imágenes de escaparates vacíos. Ciudades sin alma ni comercio y bares capados, tránsito mortecino. Todo esto es pasajero, susurra alguien. Claro, todo es pasajero, la existencia propia, el Rey, nuestro delantero centro favorito, los padres, el año en curso y hasta la Vía Láctea, que alguna vez se agriará. Para eso es lechosa.

Todos los cafés de París están cerrados, dice el titular. Parece una proclama de mayo del 68 o un sereno de los años setenta informando a un grupo que quiere tomar la última. Una ciudad sin cafés es una ciudad sin conspiraciones ni conquistas amorosas, una ciudad descafeinada, mal nutrida, sin camareros que hablan de Sartre o Platini, cocineros que escabechan mejillones o excéntricos que piden crepes a deshoras, zumos tropicales o un folio y un bolígrafo para capturar un verso venido a la cabeza.

Una ciudad sin cafés tiene su playa bajo los adoquines. Es una ciudad de paseantes tristes con el estómago vacío y la imaginación desecada, una ciudad de conciliábulos, tertulias y fiestas en casas particulares. En áticos desmañados, en pisos desordenados, tal vez. En decadentes mansiones o en adosados con bodega de Ikea y nevera vacía a fin de mes. En muchas ocasiones, lo mejor de la jornada es el rato en el café. Sin cafés no hay camareros y sin camareros no hay confesores ni nadie que te diga lo elegante que te ve hoy. "Vamos a tomar un café" es una frase que va perdiendo su sentido en según qué lugares del mundo. Todo esto pasará, repiten. Pero el café se nos va a quedar frío. El mío, con poca leche.

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