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SOL Y SOMBRA

Nadie sabe nada

Hay distintas categorías de demencia en la gestión mundial de la pandemia y casi todos coinciden en que Trump se lleva la palma. No es de extrañar, tratándose de un sujeto que contrae la enfermedad después de negar su peligro y, para dar ejemplo, se quita la mascarilla y mantiene que no hay que temer al virus. En una circunstancia similar en la que la propia vida corría peligro, Boris Johnson supo, al menos, reprimir la vena exhibicionista y mantener un plano de paciente discreto. Trump, en cambio, ha preferido seguir en su burbuja grotesca de indignidad y bombardear con aerosoles a todo el que se le acerque. Cuando la estupidez y la maldad se asocian, el resultado suele ser brutal. Puede que nos encontremos ante el mayor paradigma de esa sociedad.

Nadie en sus cabales se explica a Donald Trump. Tampoco nadie ha sabido explicarnos aquí dentro por qué España lidera la curva europea de los contagios. ¿Qué es lo que nos distingue para mal y qué es lo que estamos haciendo peor que los demás? Los científicos acusan a los políticos de mandar y de no saber, pero tampoco es que ellos hayan conseguido grandes avances para frenar la virulencia del covid-19. En diferentes situaciones y lugares, desde el primer momento, no han dejado de transmitir mensajes contradictorios y de sembrar confusión, con las mascarillas, los guantes y hasta con el aire que respiramos. Los políticos, en grados distintos de determinación y de prudencia, han actuado como pulpos en un garaje, es cierto. Pero las sociedades científicas es posible que hayan contribuido en cierta medida a extender esa confusión. Ahora, solo sabemos que nadie sabe nada. Por ese motivo, los líderes sociales, en vista de que son incapaces de rentabilizar las soluciones, han decidido pescar en la mutualidad del fracaso, señalando al adversario y encerrando a los ciudadanos de un país que camina al frente de la mayor deriva.

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