Los muros se construyen, se derriban y se saltan. Pero siempre dividen. Religioso o defensivo el de las Lamentaciones y el de Adriano son dos de los más antiguos.

El de Berlín, Trump, el Sáhara o Palestina son cercados del siglo veinte ideados por la jauría humana. El nuevo poder tecnológico forma un enorme muro de desinformación al servicio de sus propios intereses como las ideologías de discurso leído y consigna en el Congreso. El del capitalismo salvaje. El muro de la tarifa eléctrica matará casi tanto como el de la pandemia. Sus obreros especializados: Arribistas y oportunistas, comisionistas o accionistas. La capacidad para discernir entre realidad y ficción se estrella en las pantallas de móviles y ordenadores ahorcándose definitivamente en cualquier televisor del mundo. Un ERTE es un muro de contención. La Muralla China no es un restaurante. La Sidrería El Muro, sí.

El muro del sectarismo se levanta con ladrillo intolerante y argamasa de desprecio e inquina. El nepotismo es un muro que impide que imaginación y creatividad fluyan libremente. 'De Madrid al cielo' El muro de la inoperancia. El de la histeria. El código de Hammurabi, la Ley del Talión, el muro del pasado. Pero como diría Mafalda la de Quino: '¡Sonamos!' Aquí tenemos El Muro de Gijón. Apagadoristas y muselistas del siglo XXI, agrupados en diferentes facciones y/o escisiones surgidas de un arduo debate filosófico acerca del bien común, se enzarzan en una encarnizada batalla a fuego cruzado. Mientras, la metralla de la sin sustancia política vuela indiscriminadamente sobre la atribulada cabeza del contribuyente . Razones económicas, estéticas, nostálgicas o prácticas pelean en un ring donde las opiniones son como los puñetazos. Veladas quedan las verdaderas razones que hay detrás de los terribles desencuentros que ocurren cada vez que un gobierno, gobiernín o gobiernete decide realizar reformas de cualquier índole.

El ciudadano alucinado y cómplice, por desgana o partidismo, asiste al visionado de los capítulos de la serie. Al continuo e inesperado giro del guión, digno del séptimo arte, que dificulta la composición del 'story board'. Se pierde el interés por no poder atisbar un final a la altura de las promesas hechas por los protagonistas y con el paso del tiempo no se recordará como empezó el relato. La verdad no importa. Es un muro contra la ilusión y la esperanza el que se alza. El del desencanto de una época en la que hemos aceptado el término 'post verdad' como sinónimo de un flagrante y rimbombante bulo. -¡Arriba el Muro! Hagan juego, señores.