Ya está, ya era hora: al fin parió la burra y le salió cebra. El Partido Popular de Asturias renueva liderazgo, tras demasiados meses de caldo sin sustancia e interinidad huesuda. Teresa Mallada toma las riendas de la organización con el empeño de agrandarlo en estatura política y presencia territorial. A ver si al PP le regresan las gaviotas y se les espantan los charranes. A ver si, por fin, dejan de aparecérsele muertos y crecerle los enanos a una formación que busca huir por fin del funeral y el circo.
Un PP robusto y cohesionado, enérgico, vigoroso y con altura de miras es cosa buena para Asturias, huérfana de alternativa política, y también para el Gobierno regional, que con un tábano aleteándole tras la oreja no tendría opción de adormilarse en los laureles ni escaparse fuera de temporada de vacaciones a las playas de Twitter o Facebook, a pescar besugos en las redes.
Meter el dedo en el ojo al Presidente y sus "ministrines" es tarea esencial y necesaria del liderazgo opositor, pero también elevar propuestas y promover iniciativas que redunden en beneficio de todos los asturianos, no solo de una parte de ellos. Al partido que no daba una al derechas hay que exigirle desde las bases que se vaya centrando. Y, a ser posible, que integre en la causa a las distintas sensibilidades locales. Para ganar hay que ser uno, no trino.
Parece que el PP asturiano abandona la vía muerta y se sube en marcha al tren de la pugna por el mando regional, con cartel rejuvenecido y renovado mando en plaza. Lo que tenía que ser, fue: carbón de las Cuencas en la sala de máquinas para atizar la caldera de la locomotora y alcanzar velocidad de crucero, la alta velocidad que no llega y hay que volver a exigir desde el liderazgo de la oposición. Y otras muchas más demandas y reclamaciones que llevan meses, incluso años, colgadas de gabitos en el limbo, en un momento crucial para el futuro inmediato de la región.
