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Jorge Suárez

El día después

El rol de la empresa familiar en la recuperación de la economía

Napoleón dijo que “la victoria pertenece al más perseverante”. Un día, esperemos que no muy lejano, nos levantaremos ganándole la batalla a un virus que parece saberse muy bien la lección del famoso militar corso. Podremos comenzar a olvidarnos de las mascarillas y poco a poco, recobraremos la cercanía personal tan inherente a nuestra cultura, olvidándonos progresivamente de una distancia social a la que tanto nos cuesta adaptarnos.

Esta semana se ha celebrado el XXIII Congreso Nacional de Empresa Familiar cuyo lema ha sido “La Fuerza de la Recuperación”. El acto, inaugurado por Su Majestad el Rey, ha contado con la asistencia virtual de más de 1.000 familias inscritas de todo el país, autoridades y empresarios, entre los que la delegación asturiana encabezada por la Asociación Asturiana de Empresa Familiar (AEFAS) ha sido ciertamente relevante.

El rol que la empresa familiar necesariamente juega en el proceso de recuperación y reconstrucción de nuestra maltrecha economía ha sido destacado por todos los intervinientes. Nuestra experiencia en la gestión previa de otras crisis pasadas, nuestros firmes valores y nuestra visión de largo plazo, sostenible, inclusiva y equilibrada de la actividad económica, nos definen como una fuente de energía social, una expresión tan bonita como apropiada, utilizada por el monarca para condensar la esencia de las familias empresarias.

Hay que transicionar, innovar, ajustar, acomodar o cambiar nuestra sociedad, si queremos estar preparados para el día después

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No estoy seguro de que Napoleón estuviese pensando en las empresas familiares cuando acuñó su famosa frase, aunque bien podría ser y me gusta pensar que Darwin conocía esta expresión cuando dijo que “no es el más fuerte de las especies el que sobrevive, tampoco es el más inteligente el que sobrevive. Es aquel que es más adaptable al cambio”.

En realidad, ambas reflexiones vienen a hablar de lo mismo, de algo que como humanos nos preocupa desde que existimos. De hecho, en el congreso, una buena parte de las intervenciones, reflexiones y expresiones desplegadas por los intervinientes, insisten sobre el mismo concepto. La adaptación es un proceso de acomodación a nuestro entorno, sin el cual, ni los seres ni las empresas sobreviven. La victoria pertenece al que persevera, que es el que se adapta, claro está. Adaptarse consiste en ajustar las formas de hacer algo, cuando estas no dan buen resultado, porque si cuando algo no funciona bien, seguimos haciendo las cosas igual, entonces es probable que las cosas no mejoren y que, como consecuencia, la victoria no llegue.

La innovación no es otra cosa que una herramienta más para la adaptación. Un interviniente en el congreso utilizó un innovador verbo que, no existiendo en nuestro diccionario, viene a incidir en la misma idea: transicionar. Hay que transicionar, innovar, ajustar, acomodar o cambiar nuestra sociedad, si queremos estar preparados para el día después.

Y cuando me refiero a nuestra sociedad, me refiero a la misma en su sentido más amplio. Todos tenemos que transicionar: las empresas familiares, los sindicatos, los trabajadores, los pensionistas, los educadores, los alumnos, los funcionarios, los doctores, los políticos, los autónomos, los medios… ¡Todos!

Lo malo de adaptarse es que, generalmente, implica renuncias y es por eso por lo que es un proceso que nos cuesta y que esperamos, generalmente, que hagan los demás. Pero es un proceso en el que, dejándonos todos un poco, saldremos mucho más reforzados como conjunto en un ejercicio de responsabilidad colectiva que se me antoja tan importante como urgente.

La pandemia nos está haciendo mucho daño, pero sufriremos mucho más aún si perdemos perspectiva y dejamos de pensar en el medio plazo, en el día después, en ese día a partir del que, si todos perseveramos en transicionar, alcanzaremos la victoria de largo alcance que nuestra querida Asturias y nuestros hijos se merecen.

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