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JC Herrero

Día de todos los santos: el Campo Santo digital

Del bosque de las cenizas al parque del ADN

La muerte, siempre presente en el día de todos los santos, se muestra esquiva ahora más que nunca, cuando nos prometíamos fallecer por estadística y expectativa de vida, arpando al tiempo aquilatar el ensueño de ser eternos. Pero va a ser que no, que volvemos a anteriores fechas de caducidad.

Velas flotando en agua y aceite alumbran aún hoy imágenes de seres queridos. Flores por testigo, somos cultura de entierro y sepultura levantada en cementerios cerámicos que nos recuerdan que las almas aguardan. Pero esa no es la finalidad de un campo santo, cualquier lápida es el equivalente a una identidad que se acredita con un nombre y restos que se conservan en su interior. El sentido de pertenencia se justifica en el fuero interno de cada quien.

El peregrinaje a los campos santos es la interiorización de quien añora a sus seres queridos, siendo indistinto una visita a un magno panteón como al bosque columbario en el que reposan las cenizas del bien amado. Hemos calcinado la identidad genética del finado, borradas sus huellas, y no sabemos a qué obedece la cremación, posiblemente las prisas por querer vivir más tiempo, toda una paradoja.  

Y es que la muerte ahora tan presente no se despide, se digitaliza a partir de hisopos que están facilitando la identificación genética de media humanidad con las técnicas de detección del material genético del Covid19, antígenos virales o anticuerpos. Los laboratorios de todo el mundo están generando la mayor genoteca de todos los tiempos, y esta práctica debe ser aprovechada por los sistemas sanitarios como la mejor fuente para el estudio molecular, conservación del genoma y estudio de enfermedades singulares o secuencia genómica. Nunca la ciencia tuvo tan a mano un censo de tal magnitud.

Nuestros carnés de identidad deberían contener esa digitalización que acredita el ADN mitocondrial, es decir la herencia materna, y las posibilidades alfanuméricas de los alelos con los que identificamos a nuestro padre biológico desde Adán.

El objeto anímico de acudir al campo santo está en la auto-identificación, con nombres y apellidos inscritos en aras y petroglifos, de estrella y cruz que limitan nuestra existencia. Ahora ya no hay cuerpos presentes sino bosques columbarios cuyos fustes identifican al finado a través de una aplicación informática. Se cumple lo de –espérame en el cielo- aguardando en interné.  

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