Poner en pie una región moderna, con unos servicios públicos avanzados. Contar con una Administración eficiente y resolutiva, la mejor que podamos pagar con nuestros impuestos, y un sistema educativo de mérito, que no regale aprobados. Atraer a empresas punteras que generen empleos estables y de calidad como cimiento de una nueva economía sostenible y autosuficiente que sufrague un Estado del bienestar potente. Eso se juega Asturias en esta encrucijada en la que coinciden una pandemia que trastoca la vida, una imparable revolución productiva basada en industrias limpias y unos presupuestos estatales y regionales llamados a sentar los pilares de un nuevo tiempo.  

La salud es primordial, nadie lo cuestiona. Pero las personas sanas también mueren de hambre si se hunde la economía.

A Asturias no va a rescatarla nadie salvo los propios asturianos. La región no puede pretender sostenerse eternamente de la transferencia de ingentes cantidades del dinero de los españoles y los europeos. Los males de la dependencia de lo estatal, tan nociva, ya deberían tenerlos interiorizados hace mucho todos los líderes sociales. El colchón que aportaron en la reconversión las jubilaciones llega a su fin por tendencia demográfica. El Principado, además, sigue perdiendo sigilosamente peso en la financiación autonómica. La atonía de la actividad y las victimistas dentelladas territoriales por cada euro que vuela complican a una comunidad del tamaño y peso de la nuestra luchar incluso por lo justo. El paro no puede contenerse a base de más funcionarios y puestos de trabajo en torno a las empresas del Principado. Los jóvenes, damnificados como nadie en la debacle, pagan sin comerlo ni beberlo el precio de un desempleo descomunal.

Lo urgente, luchar contra un virus desbocado, amenaza con orillar lo imprescindible: garantizar un porvenir en equidad para cada uno de los ciudadanos. Si la salida de esta endiabla crisis llega a varias velocidades, Asturias necesita incorporarse en la recuperación al pelotón de cabeza. Para eso resulta imprescindible contar con unos presupuestos realistas, ponderados en la inversión, que aprovechen esta ocasión histórica para acometer las reformas pendientes largamente esperadas. Las cuentas estatales en trámite y el esbozo de intenciones de las autonómicas realizado en el debate sobre el estado de la región merecen un análisis específico en las próximas semanas, cuando se concreten en firme. A primera vista, en los propósitos para su elaboración domina lo cuantitativo sobre lo transformador. Cuadrar unos presupuestos a la altura de las circunstancias no consiste en sustituir los fondos de los que carecen España y el Principado por los que regala Europa y más deuda para engordar partidas o engrasar clanes clientelares. Sin apuestas claras no habrá cambios estructurales.

La dureza extrema de dos recesiones consecutivas, encadenadas sin tiempo a restañar heridas, ha puesto el acento en subsidios y prestaciones. Paradójicamente, los capítulos ajenos a este epígrafe, relativos a infraestructuras, investigación y cultura, vienen cayendo mucho más que los sociales, incluidas las pensiones. Crear riqueza para repartir sigue siendo condición indispensable para atajar la desigualdad.

La prosperidad llega estimulando la economía, no camuflando los desajustes con dádivas. La ciencia ha pasado con la emergencia sanitaria a primer plano y constituye una de esas elecciones ineludibles para regenerar el país y la región. Con los confinamientos y las restricciones, la tecnología estuvo presente como nunca en nuestras vidas. Por fin comprendemos la importancia de contar, por ejemplo, con redes avanzadas de telecomunicaciones y una investigación de vanguardia que nos proteja frente a lo desconocido. Pero la innovación es cosa siempre sacrificada. Solo figura de boquilla entre las prioridades. Precisamente LA NUEVA ESPAÑA clausuró el viernes su Semana de la Ciencia. Muchos de los mensajes allí vertidos sirven para diseñar la estructura del proyecto común que esta tierra necesita ante un horizonte incierto. Atraer el talento, sacrificarse con tesón en el estudio, mantener la constancia sin triunfalismo, buscar denodadamente el conocimiento y abrirse sin prejuicios a colaborar conforman las piezas de un mecano con las que también se armaría otra política.

Frente al pesimismo general, Asturias, como los expertos resaltaron durante las sesiones, cuenta con capital humano de primera, números uno en sus campos y potencialidades sobre las que volcarse: la fabricación con impresoras 3D –un avance gigantesco–, proyectos asociados al cambio climático, las industrias agroalimentarias y las de reciclaje y reaprovechamiento o los desarrollos biosanitarios.

No hay orientación científica o técnica que evite a los dirigentes elegir. Les corresponde esa responsabilidad, la más complicada de su misión porque lo que decidan tendrá consecuencias para los ciudadanos. Su selección la plasma cada ejercicio en el reparto del erario. Que acierten como nunca este año.