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Millas

La torre de Babel

La lotería de Navidad no sale. Se ha producido este año, respecto de las ventas del pasado, una caída del 30%. Si los décimos fueran pescado, se estarían pudriendo en las administraciones. Me dan lástima esos décimos. Los compraría todos.

–Deme usted el 30% de los décimos que se han quedado sin vender.

Lo que tenemos que hacer los compradores de lotería es resistir, para ver si los rebajan, como el género perecedero cuando se encuentra al borde de la caducidad. En cierta ocasión hice un reportaje en un mercado de abastos y me llamó la atención comprobar que lo que a las cuatro de la madrugada valía equis a las nueve de la mañana costaba la mitad de equis. El mismo besugo tenía un valor diferente al amanecer que en plena noche.

Un día conté en la radio que solo compro lotería cuando la voz de mi madre muerta me aconseja hacerlo y mucha gente se lo tomó en serio. Desde entonces mis amigos me piden que compre para ellos cuando compro para mí. Lo curioso es que las dos o tres veces que los he complacido ha salido nuestro número. No nos hemos hecho ricos, pero hemos podido comer besugo a la espalda, que en estas fechas comienza a estar ya por las nubes. Hace poco pasé cerca de la administración de mi barrio y me detuve unos instantes para ver si escuchaba la voz de mi madre. No escuché nada, pero jugué al Euromillón y me tocaron doscientos euros con una inversión de veinte. Estoy en racha.

Me gusta observar los décimos de lotería sobre los mostradores e imaginarlos como filetes de hígado.

–Póngame dos filetes terminados en siete.

El número siete goza de muy buena fama, pero no está demostrado científicamente que toque más que el dos. Cada número tiene su magia o su desmagia. La lotería de Navidad de este año es desmágica en la medida en la que el 30% de sus potenciales compradores la rechaza. Cualquier día de estos pido un préstamo y me empeño hasta las cejas para llegar forrado al 22 de diciembre. Pero debo esperar a ver si mi madre muerta se manifiesta al fin. Hay cosas que empiezan como un cuento y terminan como una realidad: la historia de la torre de Babel, sin ir más lejos.

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