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Lauren García

El entierro de la fama

Sobre la caducidad y la frivolidad en el tiempo del covid-19

La tromba de agua ácida y puerca que nos ha caído encima ha recalcado, más si cabe, nuestra condición efímera y caduca. Por si se nos olvidaba contando ceros en la cuenta corriente, almacenando mansiones y coleccionando animales disecados. Pasajeros de ningún lugar que parten como viajeros solitarios hacia la nada. Lo explicaba correctamente la canción “Jinetes en la tormenta”. La celeridad con la que corría la sociedad del llamado “éxito” ha sufrido el más severo de los correctivos: recordarnos que para todos solamente hay un camino , y las espinas nos han dejado boquiabiertos.

La fama, ese oropel de altivez y soberbia, se ha embadurnado en su vana gloria cuando nuestra figura de mortal es un débil equilibrista sobre la cuerda floja. Quizás habría que cambiar esa palabra empleada con cierta prepotencia de “famoso”, por la de célebre o popular. De todo tiene que haber en la viña, como bien nos recuerda el circo televisivo. Pero tuvo que llegar el podrido y arremetedor covid-19 para que científicos, médicos o epidemiólogos tuvieran espacio con su imprescindible voz propia en los medios de comunicación. Otra de las penurias que crean los guetos es la frivolidad.

A estas alturas creo que ya nadie se crea indemne, sea un jugador estrella de fútbol o un superventas de la canción ligera. Precisamente la labor más encomiable de escritores, músicos o escultores es quitarnos esa pesada carga de hierro. Mermar las grandilocuencias de salón y la prepotencia aniquiladora. Todo para que la vida discurra libremente, como el curso de un arroyo; el señalado objetivo de que la levedad nos reconforte como una brisa purificadora.

Hay muchos interrogantes, tantos como hojas en blanco. El futuro es un tren que recorre el mundo como una sombra pálida. Quedémonos en las manos expertas de la ciencia, en los laboratorios que echan de madrugada la persiana, en la raíz que se hunde en la tierra afianzándonos en la existencia. Y dejémonos por siempre de tonterías, porque la vanidad, ese fantasma abstracto que todos tenemos, de una vez por todas, ha cobrado sepultura.

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