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Esteban Greciet

Mis antiguos recuerdos del separatismo clerical

A propósito de la sanción al cura de Lemona

A raíz de la muerte de Franco, el plumilla que suscribe, entonces con cuarenta tacos menos y residente en Valladolid, recibió dos ofertas de trabajo, una en Andalucía y otra en San Sebastián. La duda era fuerte: la primera, Almería, una ciudad sureña, alegre y tranquila; la segunda, San Sebastián, ciudad que uno había visitado en los primeros tiempos del Festival de Cine.

El tirón profesional, los recuerdos de una ciudad antes alegre y confiada y algún lazo familiar decidieron que aceptara la llamada del Norte. La situación política había dado un vuelco, incluso dentro del complejo periodístico: “La Voz de España”, diario de la mañana, y “Unidad”, cotidiano vespertino, números uno de Guipúzcoa. Ambiente, pues, muy alterado ya, de modo manifiesto, por el separatismo rampante y la creciente actividad terrorista.

El caso del cura separatista de Lemona, cesado estos días tras sus declaraciones contra España, y los tremendos recuerdos de aquellos años en el antes tranquilo ambiente donostiarra, me mueven a recoger una leve muestra de lo que fue el proceder de un amplio sector del clero vasco en aquel tiempo. Espigo alguna muestra.

El día 10 de abril del año 1980, la llamada Coordinadora de Sacerdotes de Euskal Herría hacía público un documento que justificaba la valoración ética de la violencia en Euskadi: “El Evangelio exige –dice– optar por los pobres, explotados y oprimidos”. Hay que distinguir, señala, entre violencia agresora y violencia defensiva,

Con este argumento en crudo, la extensa declaración clerical, que proponía el diálogo, “de igual a igual” entre presuntos oprimidos y supuestos opresores, concluía de este modo: “Mientras no se dé ese diálogo, no sería correcto condenar la lucha armada ni intentar frenar al pueblo en el combate por sus reivindicaciones (…). No negamos el camino violento como un mal menor”.

Fue una buena parte de la Iglesia vasca, pero no toda, la que de algún modo trató de comprender la violencia separatista, como refleja “Patria”, el libro de Aramburu, y con reservas la reciente película de igual título. Eran los llamados “años de plomo” en los que teníamos cada poco sangre en el asfalto.

Había, pues, que mantener una tensión constante porque de algún modo teníamos también enemigos dentro, situación de constante emergencia que afrontamos juntos quien fuera director de LA NUEVA ESPAÑA, Pedrito Pascual, que llevaba en San Sebastián el diario de la tarde, y quien esto escribe, responsable del de la mañana.

Una situación que nos exigía asistir cada jornada a una especie de desembarco en Normandía.

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