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Laviana

Estado de confusión

Divisiones administrativas complejas y mensajes contradictorios alimentan la incertidumbre por la pandemia

Estado de confusión Juan Carlos Laviana

El Fielato era el barrio que separaba El Entrego del resto del mundo. Cada vez que, siendo niño, atravesaba esa frontera me preguntaba a quién se le habría ocurrido un nombre tan gracioso para ese barrio. Tardé mucho en saber que El Fielato hacía referencia al fiel de la balanza. Era la forma popular para llamar a unas casetas situadas entre los pueblos, en las que se cobraban los arbitrios. La denominación oficial era estación sanitaria, ya que, además de recaudar, en teoría se aseguraba de que no entraran alimentos en mal estado que pudieran dar lugar a epidemias.

Me acordé de los fielatos –desaparecidos en los 60 del pasado siglo– a propósito del lío que tenemos en Madrid –y me imagino que en el resto del país– a propósito de la pandemia. Somos parte de España, no en vano ostentamos la capitalidad. Y también somos parte de esta nuestra comunidad. Pertenecemos al municipio de Madrid y nos regimos en ciertos ámbitos por las normas de la capital. El Ayuntamiento, a su vez, delega sus funciones en distritos; en mi caso, Chamartín, que asume parte de sus competencias. Y, cuando creía que esa era nuestra última instancia, aparece una nueva: la zona básica de salud. Por ejemplo, yo pertenezco a la denominada Potosí, la calle que da nombre al ambulatorio que me corresponde. A cada área sanitaria, según la incidencia de la enfermedad, se le aplican unas normas de comportamiento diferentes lo que provoca no pocos desconciertos.

No es infrecuente oír preguntas como ¿esto de quién es de la Comunidad o del Ayuntamiento? o ¿si vivo en la zona sanitaria de Los Alperchines puedo ir a ver a mi madre a la de Luis Vives? O ¿por qué yo, que vivo enfrente del colegio, necesito justificante de movilidad y mi compañero de pupitre, que vive diez manzanas más allá, no? Este verano me llamaba la atención cómo los parisinos se ponían y quitaban la mascarilla con sorprendente soltura, al cruzar ciertas calles, hasta que me fijé en unos carteles improvisados en las farolas en las que se advertía que a partir de ahí, precisamente ahí, era obligatorio su uso.

Vivimos en una permanente confusión debida a la descoordinación de los mensajes. Por si ya fuera poco lío la división administrativa, los políticos se encargan de avivar el fuego con mensajes contradictorios. Si uno dedica un día a oír las recomendaciones de Sánchez, Illa, Simón, Ayuso, Aguado (vicepresidente de la anterior), y Martínez-Almeida lo más probable es que acabe esquizofrénico o paralizado. Por contradecirse, hasta se contradicen Barbón y el ministro de Sanidad de Sánchez.

Son muchos los que aprovechan el momento para afirmar rotundamente que la pandemia ha demostrado el fracaso del Estado de las Autonomías. Yo soy de la opinión que las instituciones no fracasan, fracasan quienes las dirigen. Que habría que replantearse la actual administración territorial es evidente. Con lo aprendido estos cuarenta años, algo tenemos que haber aprendido y mucho se podrá mejorar. Pero nunca es buen momento para abrir ese melón. Si no damos alas a los separatistas catalanes, se las damos a los vascos, cuando no a los dos. Y si no, podemos estar haciendo el juego a Vox, a quien le gustaría la vuelta a un férreo estado central, eso sí, cuando ellos gobiernen.

La comunicación de la pandemia ha sido un desastre. De ahí que se aplauda con fervor la claridad meridiana de los mensajes de Macron o de Merkel. Necesitamos líderes así, proclamamos desesperanzados. Siempre deseamos lo que no tenemos. Pero el virus, por desgracia, nos ha dibujado un mapa nuevo que no entiende nuestras divisiones artificiales.

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