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No la toques, Sam

La desesperación de los ciudadanos ante la vida en medio de la pandemia

En algo más de seis meses hemos pasado de aquellos momentos felices de, por ejemplo, “tócala otra vez, Sam” de la conocida película “Casablanca”, de Michael Curtiz, cuya frase pronunciaba la sueca Ingrid Berman para rememorar tiempos pasados con Humphrey Bogart en París, al toque de queda, no me toques, no te acerques, no me hables, no me grites, no me tosas, al casi no me mires, porque hay un virus que anda no se sabe muy bien por donde que nos puede complicar la existencia.

Tengo por norma no ver en la televisión películas ni de terror ni de ciencia ficción. Recientemente veo menos telediarios, luego una película del oeste hasta que me duermo, y en estas últimas semanas sólo el Giro de Italia y ahora la Vuelta a España. Estoy pensando que será de mí cuando se acabe el ciclismo de sobremesa. Porque coger un periódico o ver un informativo es una pesadilla. Hace unos días hablé con un amigo y me dice que está ingresado en el hospital de Cabueñes, pero, que tranquilo, que no tiene el covid-19, como si el ser atropellado por un camión, padecer un cáncer agresivo o estar majara perdido fueran nimiedades. Hace poco empecé a contar, así, por alto, esquelas en los diarios a ver si hay un incremento de muertos con respecto a lo habitual. Porque las estadísticas, los paneles de las televisiones, los gráficos por comunidades, las desescaladas y los porcentajes por cada cien mil vivos no hay quién los entienda. El otro día contaban que un pequeño concejo asturiano sufría el mayor ataque del virus de Asturias, claro, relacionándolo con una población de cien mil habitantes. Los números no se pueden soltar como a las vacas para que salgan a pastar. Requieren una aclaración por expertos. Pero con claridad. La gente tiene sus cosas que hacer, y estoy seguro de que muchas personas están pendientes de los medios para ver cómo va la pandemia. Pero no todo el mundo entiende las diatribas de políticos, entendidos, analistas, tertulianos y otros opinandos, que a la larga acaba uno pensando en aquella otra película “La noche de los muertos vivientes”, 1968, donde un montón de zombis (cadáveres que resucitaban así por las buenas) perseguían a los vivos. Y no es que hicieran nada, es que tenían unas pintas indecentes y asquerosas.

Así vamos a acabar ahora, pero metidos en burbujas transparentes, con un patinete debajo para ir a por el pan, a la farmacia y poco más. Porque a la vista de cómo viene la pandemia por Europa, no anima mucho. Toque de queda en parte de Francia, cierres de bares a las 10 de la noche en muchos sitios. En España un galimatías de diecisiete comunidades bajo el capricho de cada una. Unas veces el gobierno central ordeno y mando sobre toda la nación, otras, buscaros la vida por ahí como podáis. Creo que la población se está hartando de este gobierno desgobierno, de esta oposición contraposición, y de este no saber qué hacer en cada momento. Y encima cambian la hora de la vida diaria. Porque a uno se le ocurrió hace unos años y todos detrás como ovejas. Ahora se están dando cuenta de la metedura de pata y para 2021 parece que van a unificar horarios.

Porque la gente se cansa que le digan hasta la hora en que tiene que ir al WC. Máxime en este momento de zozobra sanitaria. Un momento de guerra, que dicen algunos. Yo cuando veo camiones militares pienso en películas de la Segunda Guerra Mundial, o en que algo gordo se está tramando. Menos mal que tenemos la UME (Unidad Militar de Emergencias) que lo mismo vale para un roto que para un descosido. Y eso me tranquiliza. Pero no tengo ningún interés en que me metan bajo la carpa de camuflaje con el cuerpo en plan desguace. Cuánto presumimos de tener una sanidad ejemplar, y resulta que ahora está llena de goteras. Excelentes y sufridos profesionales, pero insuficientes y extenuados. Una atención primaria desmadejada que no te quiere ver ni en pintura, cuando es el filtro básico de la sanidad. Cuando espero la llamada del médico tiemblo, porque no sé quién será el profesional. A ver si un día me llama Sam diciéndome que va a empezar a tocar. Que vaya para allá, y me prepare, que Paul Henfeid no aparece y que tengo que hacer yo de Víctor Laszlo. Claro que pondré una condición: nada de cantar “La marsellesa”, el “Asturias patria querida”. ¡Qué descanso!

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