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Sábado en la ciudad confinada y confiada

Ante el “verano de San Martín” la gente se había echado a la calle. En las vías peatonalizadas cara a la pandemia se movían casi en fila, y se cruzaban ciclistas, paseantes, patinadores, monopatinadores, papás empujando carrito del niño y amos tirando del perro. En las aceras de las calles había gente de todo, y todo muy legal, pues habían salido al súper o la tienda, al pan, al estanco, a la peluquería, al quiosco o a alguna gestión de alguna clase. En cuanto a la mera “recomendación” de confinarse en casa (cada día caía el último récord de contagios y muertes), se interpretaba como prueba de que no había razones bastantes para imponerla. En las rutas de senderismo se apelotonaban practicantes de footing y ciclistas, dispensados de mascarilla y resoplando urbi et orbi por el esfuerzo en día de calor. Nadie se explicaba la expansión local de la pandemia, y había que airear la cabeza.

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