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Carlos Fernández

Motín del Caine

Las peleas políticas a cuenta del coronavirus

A la vista de las noticias, aunque seguimos cayendo como moscas con el virus, nuestros representantes políticos persisten en su camino de desacreditación continua. A pesar de la necesidad ineludible de frenar los contagios, los de Podemos se oponen a que se cierre un mercadillo de artesanía en la plaza de la Catedral porque piensan que en ese mundo tienen muchos acólitos –léase votantes–, los diputados del PP y Ciudadanos en la Junta están en contra de que se cierre el pequeño comercio –donde suponen que está su cantera–, y el Alcalde de Oviedo desentierra de nuevo el hacha de guerra en el asunto Oviedo-Gijón, metiéndonos a carbayones y playos –asturianos ambos– en un jardín que detestamos. Y el presidente Sánchez sigue con sus peroratas evangélicas y esa imagen de mesa plegable y cubiletes moviéndose en medio del Fontán. De otros ni hablo. Es decir, anteponen el voto al virus, mientras seguimos arrastrando el problema desde marzo, y para largo, con una gestión propia del gran Mario Moreno, subo y bajo a la vez.

O sea, estamos ante la conocida estrategia “los votos pol mi molín”, contraria al arte de gobernar, que ahora se dice gobernanza. En el puente la oficialidad insultándose día tras día, y la marinería –que somos los ciudadanos– viendo con estupor como el barco no sale de los arrecifes. El corazón, esa víscera tan peligrosa, empuja a subir al puente y tomar el mando, pero el cerebro y la historia nos dice que ese sistema da muy malos resultados, porque después todo acaba como el rosario de la Aurora, señora o señorita que no conocí, pero es una expresión.

Los chicos del Caine metieron al capitán y sus oficiales afines en una lancha y ellos se fueron con el velero a otra parte; bueno, a donde estaban las indígenas guapas, para acabar escondiéndose en la Isla Pitcairn, un pedrusco alejado de las rutas comerciales donde con las aborígenes de las que se enamoraron vivieron cuatro días disfrutando del amor y la pulpa jugosa de las ananás –léase piñas–, pero terminando al poco a navajazos por cuestiones de faldas y de fiensos.

Los del Caine cometieron tres errores: el primero saltarse la ley amotinándose; el segundo meter a la oficialidad en la lancha, salvo a Marlon Brando, que se ve que le iba la marcha, por lo que quedaron sin técnicos de navegación, y el tercero tirar para Pitcairn, una isluca del tamaño de medio Naranco, donde no había ni suelo cultivable, ni playas decentes, ni sidra.

Yo apuntaría una solución mucho más fácil: conservar a los del puente, porque toda sociedad necesita políticos, aunque a mucha gente le sorprenda, para la gestión de las normales diferencias de todo grupo humano, pero exigiéndoles la capacidad necesaria para desempeñar tan importante labor con limpieza y diligencia, y encerrando en la bodega al que se le vea que quiere llevar el barco al puerto donde él tiene el chalet en lugar de a su destino; elegir como isla a Asturias, con sus miles de hectáreas de suelo cultivable abandonado, sus playas paradisíacas, y donde nunca falta sidra; y centrar todos los esfuerzos en la salubridad de la isla. Y todo lo demás, pesca de votos incluida, después.

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