Cabría hablar de bicefalia, si el cerebro fuera el órgano sobresaliente de Biden o Trump. El entrante propone una agenda con saneamiento económico, cambio climático y conflicto racial. Es decir, los mismos asuntos que no supo resolver durante ocho años como vicepresidente de Obama. El saliente no ha logrado mejor apoyo que un tuit de pago de Melania, antesala de un divorcio inevitable tras el desahucio de la Casa Blanca. La doctrina del Maduro estadounidense dicta que al enemigo no se le odia por sus ideas, sino porque está enfrente. Otro paralelismo venezolano.
Si Estados Unidos ofrece una democracia de imitación, el mundo tiene un problema. Obama significó un paso adelante, que hubieran sido dos si el primer presidente negro no se hubiera aburrido en la Casa Blanca. Por lo mismo, Biden supone un retroceso, admitido implícitamente al señalar que el Guaidó demócrata es solo el número dos de la fiscala Kamala Harris. Tal vez el planeta necesita un paréntesis de calma, después de cuatro años en que Trump ha sido la única certeza. De ahí las dudas de Putin, a la hora de respaldar a uno de los copresidentes. A falta del apoyo ruso, el Biden que recuerda al Papa Benedicto XVI ha sumado el reconocimiento de George Bush. Dados los traspiés del liberador de Irak, probablemente ha confundido los candidatos.