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Camilo José Cela Conde

Perder

La reacción de Trump tras la derrota

Tiempos hubo en los que era un lugar común decir que saber ganar era mucho más difícil que saber perder. Sería hace cosa de medio siglo, o así, y la euforia que daba que las copas europeas del fútbol fueran siempre para un equipo español, que estuviese cada vez más cerca nuestra entrada en el Mercado Común, que la economía, gracias al turismo, izase las velas, que hubiésemos llegado a la Luna y que en el mundo de la literatura y el arte se hablase en todo el planeta en español –para incluir a Miró y a Dalí, cuya lengua no era el castellano–, semejante subidón, digo, hacía necesaria la templanza a la hora de abordar los éxitos. Perder, parecía que no perdía nadie aunque vaya si eran –éramos– muchos más los perdedores aunque sólo fuese por pura razón estadística. Pero como la condición de perdedor suponía lo más natural del mundo era fácil adquirirla de manera sencilla y no daba tampoco para demasiados alardes.

La situación de convertir eso de perder en un estigma y cifrar en la victoria el único objetivo posible la viví en persona la primera vez que me fui a una universidad estadounidense; allí entendí lo que quería decir aquello de publish or perish, publica o perece, y vi de cerca las angustias a las que llevaba quedarse en el camino hacia el doctorado y la plaza de profesor permanente. Pero en realidad era toda la sociedad norteamericana la que te reclamaba ganar o convertirte en un don nadie y, por ganar, cabía entender el hacerte rico. Si eres tan listo, ¿cómo no eres millonario?, te preguntaban con sorna si presumías de haber colado algún artículo en una revista importante. Forrarte era, incluso, la condición necesaria para triunfar de verdad en la sociedad y en la política. La carrera hacia la presidencia siempre fue una cuestión de presupuesto en muy primer lugar.

Así que Donald Trump no es ninguna excepción incómoda y repelente al proclamar su desprecio por los perdedores. Su lema fue siempre el de la victoria batalla tras batalla, comenzando por la necesidad de contar con una mujer-trofeo con todos mis respetos hacia Melania, a quien considero bastante más inteligente que su marido. 

El drama aparece cuando el eterno vencedor va y pierde. Igual que si se enfrentase con el diagnóstico de un tumor, su reacción inmediata es la de negarlo: ¿cómo voy a haber perdido yo, que gano todas las veces? La culpa del desatino, de la confusión, del engaño monstruoso de decir en público que he perdido tiene que ser de alguien y, para que quede al nivel de mi enorme talla de ganador perenne, será toda una conspiración universal la que pueda atreverse a llamarme perdedor.

“Vae victis!”, decían los romanos. Pobre del vencido, que añade el dolor al oprobio. No exijamos a Trump, encima, que sepa perder. Le queda muy por encima de sus capacidades mentales.

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