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Marita Aragón

En la muerte de una universitaria cabal que trabajó sin desmayo por el engrandecimiento de la Universidad de Oviedo

Recogía estos días la prensa la triste noticia para quienes la queríamos y admirábamos de la muerte de una gran universitaria, de una gran mujer, de María Aurora Aragón Fernández, a la que todos llamábamos Marita. La conocí en el curso 1969-70, cuando era una treintañera y nos daba clase de gramática francesa en la Facultad de Filosofía y Letras, en el casi recién restaurado edificio de la plaza de Feijoo, que hasta la desamortización de Mendizábal había sido una ampliación del monasterio de San Vicente, levantada en el siglo XVIII.

Impartía Marita sus clases, excelentes, en un francés perfecto y con un respeto y una extraordinaria cercanía a los alumnos que entonces no era algo tan frecuente como pudiera pensarse. Tras de sí tenía, a pesar de su juventud, una carrera brillante. A los veinticuatro años era catedrática de Francés de Enseñanza Media y eligió, como primer destino, un instituto de Tarragona. Cuando se creó un instituto femenino en Gijón, se trasladó a él y más tarde al nuevo centro de Enseñanza Media de Lugones. En estos años comenzó su carrera docente en la Universidad, como profesora adjunta interina en la especialidad de Filología Francesa, entonces integrada en los estudios de Filología Románica. Con esta experiencia docente y con sus primeras investigaciones, entre ellas una tesis doctoral brillante, tomó la decisión de integrarse con todos los honores en la enseñanza universitaria, para lo que hizo oposiciones en 1975 a una agregaduría de Filología Francesa, que la llevó durante año y medio a impartir clases en la Universidad de Santiago de Compostela. A principios de 1977 se trasladó definitivamente a la Universidad de Oviedo como catedrática de esta materia.

A partir de ese momento fue maestra de muchas generaciones de alumnos, algunos de los cuales ejercen hoy como docentes en la Universidad de Oviedo, muchos como profesores de Enseñanza Media y otros más, entre los que me cuento, optaron por diversas salidas profesionales, aunque todos guardamos de ella un extraordinario recuerdo y no pocos cultivamos a lo largo de los años su enriquecedora amistad.

No es necesario hablar en detalle de su brillante carrera académica, que la llevó a ejercer las más altas responsabilidades en la administración universitaria, lo que, con motivo de su fallecimiento, recogieron ampliamente las informaciones de la prensa. Pero no está de más detenerse en algunos detalles de su dilatada trayectoria. Creó los Departamentos de Francés, que se independizaron de la especialidad de Filología Románica, en las Universidades de Santiago de Compostela y de Oviedo, este último en 1979, siendo ella su primera directora. Después de haber estado al frente entre 1982 y 1984 del Vicerrectorado de Ordenación Académica y Profesorado con el rector Teodoro López-Cuesta, fue decana de la Facultad de Filosofía y Letras de 1984 a 1988, cargo, lo mismo que el de vicerrectora, desempeñado por primera vez por una mujer en la Universidad de Oviedo. De nuevo fue titular del Vicerrectorado de Ordenación Académica y Profesorado durante ocho años ininterrumpidos, primero con el rector Juan Sebastián López-Arranz, entre 1988 y 1992, y después con el rector Santiago Gascón Muñoz, entre 1992 y 1996, si bien, durante este último mandato, únicamente fue responsable de Ordenación Académica. Fueron tiempos extraordinariamente complejos ya que a partir de los años setenta del pasado siglo la Universidad de Oviedo conoció un desarrollo sin precedentes en su centenaria historia. La creación de nuevas facultades y escuelas, la división de una única Facultad en varios centros, como ocurrió en la de Ciencias o en la de Filosofía y Letras, o el nacimiento de nuevas titulaciones hicieron que la gestión universitaria se hiciese muy complicada, particularmente en lo que respecta a la organización académica y a los cuerpos docentes. Esta nueva situación suponía enormes retos para los gobiernos universitarios, y en este sentido hay que recalcar que Marita Aragón supo hacer frente de manera brillante a cuantos desafíos se presentaban en su Vicerrectorado.

Pocas veces se cuenta que Marita pudo haber sido la primera mujer rectora de la Universidad de Oviedo. Al final del mandato de Alberto Marcos Vallaure, muchos universitarios de las más variadas tendencias trataron de convencerla para que presentase su candidatura a las elecciones que se iban a convocar, a lo que ella se negó por razones que los que la apoyaban supieron comprender.

A pesar de sus numerosos cargos académicos, no descuidó la investigación, plasmada en la dirección de tesis doctorales y en la publicación de varios libros y numerosos artículos de su especialidad, centrada, básicamente, en la literatura medieval francesa y en siglo XVIII galo, con trabajos sobre autores como Chrétien de Troyes o la dieciochesca Madame Riccoboni, sintiendo especial interés por el estudio del papel de la mujer en esa centuria.

Marita siempre ha sido una persona que aunó voluntades y que concitó en torno a sí el afecto y el afán de colaboración de numerosos universitarios por su carácter franco, directo y sin dobleces. Muestra elocuente de ese carácter es una anécdota que la definía: cuando estaba en Tarragona, su primer destino como catedrática, se compró una moto para trasladarse de su casa al instituto y utilizaba pantalones por razones de comodidad ante la sorpresa y el escándalo de aquella pudibunda sociedad de finales de los años cincuenta del pasado siglo.

Marita Aragón siempre fue defensora de los derechos de la mujer, pero sin estridencias. Propuso, ante la sorpresa de sus compañeros varones, la creación de un doctorado sobre estudios de la mujer, que finalmente fue aceptado, después de superar los trámites pertinentes en la junta de gobierno. Ella siempre afirmaba que nunca se había sentido discriminada en la Universidad por ser mujer y ponía como ejemplo el hecho de haberse presentado a la oposición a cátedra en competencia con cuatro hombres, a pesar de lo cual fue la ganadora.

Los que fuimos alumnos de Marita, la conocimos y la tratamos mientras desempeñaba importantes cargos académicos o hemos sido amigos suyos tenemos sobrados motivos para la gratitud y el recuerdo cariñoso. Son muchas las anécdotas que recuerdo de mi relación con ella. Pienso en las veces que la llamaba y la veía para sentir su palabra cálida y reconfortante en algunos de los momentos difíciles de mi vida profesional en la Biblioteca Universitaria o en las visitas frecuentes que hacía al centro bibliográfico para la consulta de sus fondos o para acompañar a visitantes ilustres, entre otros muchos, por citar algunos casos singulares, a Mario Vargas Llosa o Alain Robbe-Grillet, el fundador del nouveau roman. Marita fue una universitaria cabal que trabajó sin desmayo por el engrandecimiento de la Universidad de Oviedo, abriendo nuevos caminos y marcando siempre la senda de la innovación a sus alumnos y a los miembros del personal docente y no docente que dependieron de ella en su larga y fructífera entrega a la institución académica ovetense.

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