Una nueva transición en España obligaría a recuperar el espacio perdido por el centro y la equidistancia, revivir de alguna manera lo que supuso la UCD de Suárez en el último cuarto del pasado siglo en un país que regresaba de una larga dictadura, sometido al eco de dos Españas irreconciliables que estaban condenadas a entenderse en un pacto democrático en el que unos y otros hicieron concesiones para que el advenimiento democrático fuera incruento. Y contra pronóstico de los radicales, el experimento funcionó.
Aquel triunfo histórico se cimentó sobre los planos del acuerdo, con el cemento de la moderación como pegamento de los ladrillos de la prudencia y la tolerancia, pese a inevitables situaciones delicadas que estuvieron a un paso de hacer tambalear el edificio en obras. Un inmueble en el que seguramente hoy habrá que acometer urgentes reparaciones, pero sin necesidad de tener que asomarlo a la piqueta.
Han pasado décadas de la contienda civil y los riesgos de una confrontación fratricida son mínimos, pero la polarización de la vida pública que con evidentes signos tóxicos cabalga sobre este país ha traspasado el debate político y se ha instalado peligrosamente en la sociedad civil. Se ha perdido la tolerancia tanto como se penaliza la disidencia. Hay tanto ruido de fondo que los argumentos serenos los apaga el vocerío.
Reivindicar el centro político es necesario en este momento, aunque el extremismo fanático hará lo posible para agrandar las distancias y convertir el territorio de la aquiescencia en tierra quemada o campo de minas. Tiene que regresar a la política el tiempo de los moderados. No será de hoy para mañana, pero conviene empezar a cimentar ya.
