Maradona fue muy capaz de elevar la autoestima de los argentinos pero, en cambio, no supo cómo encarrilar su vida, que se fue convirtiendo con el paso del tiempo en un desastre, salpicada por los escándalos y las drogas. La felicidad es compatible con la triste realidad que le acompañó tantas veces: con sus grotescas apariciones en público y el patetismo atroz de su figura. De los juguetes rotos del deporte de todos los tiempos no fue el que recibió más golpes, porque a Dieguito, al contrario que a otros, sus propios compatriotas le habían reservado el papel de Dios mismo, que no me extrañaría nada refrendase el Papa, que por algo es argentino.