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Vincenzo Penteriari

Dar al César lo que es del César

La conservación del oso pardo en la Cordillera y el gran mérito de los guardas de la Patrulla Oso

Trabajar con el oso pardo, así como con otras las especies amenazadas y carismáticas como el águila imperial, el urogallo, el lince ibérico o el lobo, conlleva una gran visibilidad en los medios. Por una parte, difundir los resultados más significativos de un estudio es algo de gran relevancia social para quien hace investigación y conservación. Informar el público de los resultados que se consiguen no es solo una cuestión de transparencia, es también una forma de acercar a la opinión pública los recursos naturales de nuestro país y mostrarle la importancia de la conservación de la biodiversidad. Sin olvidar que gran parte de estas investigaciones se realizan gracias al dinero público. Pero también hay un lado oscuro en este efecto colateral: trabajar con el oso pardo puede amplificar tanto el afán de protagonismo de ciertas personas que han hecho del reconocimiento público su credo que, a menudo, esa visibilidad parece más importante que los logros reales de conservación.

En un entorno en el que parece que la “biología de la conservación” se haya transformado más bien en una “biología de la conversación”, donde los resultados concretos están dispersos en una densa cortina de humo mediático, me parece necesario reconocer el mérito que le corresponde a los que cada día están en primera línea en la difícil y compleja tarea de preservar una especie tan importante y delicada como el oso pardo en la Cordillera Cantábrica. En este sentido, el refrán “dar al César lo que es del César” es una manera de expresar cierta necesidad de equilibrio. En un escenario “humano” tan conflictivo como es el de la conservación del oso en el noroeste de España, hay hasta quien se suele atribuir méritos, logros e ideas que no son suyos. Con demasiada frecuencia esto nos hace olvidar a los que realmente trabajan a diario para que esta especie siga adelante hacia una población numéricamente viable.

Sin quitar mérito a todos los guardas de las comunidades autónomas que trabajan en la Cordillera Cantábrica, me gustaría utilizar este espacio para hablaros de la labor desarrollada por los guardas de las Patrullas Oso, en particular por los de la Patrulla Oso de Asturias, con los que nuestro grupo de trabajo, el Grupo de Investigación sobre Oso Pardo Cantábrico, está colaborando desde hace unos años. Los guardas de la Patrulla Oso de Asturias, es decir (en orden alfabético), David Cañedo, Juan Díaz, Miguel Fernández Otero, Damián Ramos y Fernando Somoano, realizan una labor tan relevante que eso les convierte en uno de los pilares de la conservación del oso pardo, una labor que hacen de forma silenciosa, sin aparecer ni hacer ruido en los medios de comunicación.

En estos tiempos difíciles en los que hemos aprendido a homenajear a los que cuidaban de nuestra salud, me parece relevante hacer lo mismo con la labor de los guardas de la Patrulla Oso de Asturias. Porque cuidar de la salud de la naturaleza es tan importante como cuidar de nuestra salud. De hecho, nada más acabarse el confinamiento, la mayoría de las personas han buscado volver al campo y reconectar con la naturaleza. En una sociedad donde aparecer lo es todo, demasiado a menudo nos hemos olvidado y nos olvidamos de los que, de forma invisible, desarrollan un trabajo crucial para la conservación del oso pardo en la Cordillera. Son ellos, los guardas, quienes a diario están al pie del cañón, dispuestos a actuar en cualquier momento, y quienes representan un eslabón esencial entre la supervivencia del oso, en un entorno tan humanizado como el de la Cordillera, y el mundo rural. La vida en el campo no es ni fácil ni idílica, como se pueden imaginar los que viven “protegidos” en las comodidades de las ciudades y que solo salen al aire libre los fines de semana cuando hay sol. Lejos del campo es más fácil amar al oso, porque desde hace más de un siglo este plantígrado sigue siendo el “teddy bear” con que nos acurrucábamos cuando éramos pequeños y, desde siempre, ha sido un animal simbólico y carismático en nuestro imaginario colectivo. Pero en el mundo rural, encontrarse su proprio colmenar destruido en una sola noche por un oso o hallar muerto el ternero que tanto ha costado cuidar no es siempre fácil de aceptar. Y son los guardas los que tienen la difícil tarea de lidiar con el descontento de agricultores y ganaderos a la hora de evaluar los daños del oso, intentando que esta convivencia entre personas y plantígrados sea lo menos conflictiva posible. Y esto cuando no hay que intervenir en el caso de un oso herido, de un osezno que de repente aparece solo en medio de la nada y lejos de la madre, en el control de una cacería en una zona osera, hacer vigilancia contra el furtivismo, asegurar el seguimiento primaveral de las hembras con cría y buscar nuevas áreas de reproducción a través de horas de espera a lo largo de muchos días. O ayudar a los investigadores en su trabajo de campo, tanto compartiendo con ellos las tareas en el monte como recogiendo muestras de gran valor para avanzar en nuestro conocimiento científico, que es la base de una política de conservación y gestión realmente viable. Pero ellos, los guardas, nunca aparecen. Ni en la prensa ni en los informativos ni en los trabajos científicos que, muchas veces, no serían posible sin su contribución. En todo este engranaje político, administrativo, económico y mediático, a veces oscuro y “contaminado”, a veces kafkiano, que gira alrededor de la conservación y gestión del oso pardo en la Cordillera, es reconfortante saber que se puede contar siempre con la Patrulla.

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