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Jorge J. Fernández Sangrador

Hybris

Un síndrome instalado en el carácter de algunos gobernantes del que Donald Trump es el mejor ejemplo

La resistencia de Donald Trump a aceptar los resultados favorables a Joe Biden en las elecciones presidenciales norteamericanas y a abandonar la Casa Blanca viene a dar la razón al doctor David Owen, quien, en 2018, publicó un libro con el título “Hubris. The Road to Donald Trump. Power, Populism, Narcissism”.

El médico, que fue miembro del Parlamento británico y de los gobiernos de Harold Wilson y de James Callaghan, vio que había algo extraño en Trump y procedió a analizar al personaje con los parámetros con los que había estudiado anteriormente los casos de George W. Bush y de Tony Blair: “The Hubris Syndrome. Bush, Blair and the Intoxication of Power”. El lector de lengua española podrá encontrar más de lo mismo, y en otros políticos, en esta interesante obra de Owen: “En el poder y en la enfermedad. Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años”.

David Owen halló en el “síndrome de hybris” la clave para interpretar ciertos rasgos de carácter y algunas acciones excesivas realizadas por esas figuras de la política, que llegaron a ocupar los más altos puestos en el gobierno de sus respectivos países y que estuvieron, por ende, expuestas a la intoxicación provocada por los efluvios embriagadores del poder, así como bajo los efectos de la pasión denominada “hybris”, de la que filósofos, dramaturgos, psicólogos y endocrinólogos han escrito páginas memorables.

En esta semana del 22 al 28 de noviembre, numerosos columnistas de periódicos, tanto de ámbito local como nacional, han dedicado sus artículos a las anomalías, no estructurales, sino personales y grupales, que se aprecian en la política actual: tensiones, desvaríos, excentricidades, mentiras, medias verdades, claudicaciones, incoherencias, deslealtades … En una tribuna que aparece publicada cada mañana en los diarios de Prensa Ibérica, el autor se preguntaba, el pasado viernes, ante la preocupante situación en la que se encuentra sumida la política internacional, por qué no habrá en Europa políticos seductores «sin dejar de ser normales».

Los síntomas, que van en aumento durante el período de instalación del gobernante en el poder, han sido reiteradamente expuestos en los libros de Owen: desmesura, insolencia, intemperancia, inclinación al narcisismo, visión del mundo como escenario para el lucimiento personal, preocupación en exceso por la imagen, tendencia al mesianismo y a la exaltación, identificación de sus intereses particulares con el bien general, confianza excesiva en el propio juicio, menosprecio del consejo ajeno, creencia de que solo ha de comparecer ante el juicio superior de Dios o de la Historia y que saldrá bien parado en ese careo, aislamiento y pérdida de contacto con la realidad, empeño en seguir una sola línea de actuación sin tener en cuenta el coste, la viabilidad o el que se sigan consecuencias no deseadas.

La auto convicción de que uno está dotado de cualidades extraordinarias para el mando, y ello porque padece frecuentemente ramalazos de histeria, ocasionados por la sensación subjetiva de que todo se ha salido de madre y se mantiene fuera de control, es la primera y más evidente demostración de que se ha contraído el virus de la “hybris”. Vienen después la desazón, los berrinches, el perseverar en los errores, el aferrarse al cargo, el negarse a cambiar de rumbo, el culpar obsesivamente a los demás de lo que no funciona, más berrinches, el descastarse, el faltar a la verdad.

Y es que quien miente una vez, y cree que le salió bien, mentirá ya siempre. El sujeto afectado de “hybris” no se percatará de ello, pero todo el mundo reparará en las mil y una falsedades que excreta ininterrumpidamente. Se retratará en los detalles. Sin embargo, él, como si nada. Tan fresco. Acabará por no distinguir lo que es cierto de lo que no lo es. Es «el círculo de fascinación de la mentira», del que hablaba Joseph Roth.

Mas la cosa no se quedará ahí. Irá a más. Hasta socavar los invisibles fundamentos sobre los que se asienta lo que nos hace realmente humanos. En “Mundo y persona”, el pensador católico Romano Guardini escribió que «cuando el hombre rechaza la verdad, enferma. Ese rechazo no se da ya cuando el hombre yerra, sino cuando abandona la verdad; no cuando miente, aunque lo haga profusamente, sino cuando considera que la verdad en sí misma no le obliga; no cuando engaña a otros, sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces enferma espiritualmente».

Si a lo anterior se suman las artes manipuladoras de los aduladores, los allegados, los pelotas, los arrastrados, los validos, los paniaguados, los “agradaores”, los conseguidores, los merodeadores áulicos, los favorecidos, los arribistas, los de las redes clientelares, los Fouché y los Talleyrand que sobreviven al ocaso de todas y cada una de los perentorias administraciones públicas y renacen en las sucesivas con el mismo vigor y capacidad de maniobra que en las anteriores, entonces podría llegar a darse una situación, abominable, como la que Chateaubriand describió con horror en “Memorias de ultratumba”: «De pronto se abre una puerta; entra silenciosamente el vicio apoyándose en el brazo del crimen, M. de Talleyrand caminaba sostenido por M. Fouché».

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