En un con­tex­to de re­cur­sos es­ca­sos, desplome en picado de ingresos y enormes ten­sio­nes en las fi­nan­zas públicas, con una montaña acumulada de deuda, la elaboración de los Presupuestos del Gobierno central y los del Principado, la gran herramienta para hacer política, no puede trasladar a la ciudadanía el mensaje equivocado. Los del próximo año son más importantes que nunca porque están llamados a elevarse como la palanca para superar con reformas la monumental debacle de la pandemia. Convertirlos en el resultado de un zoco de tahúres, una llave de rondón para la cerradura de la estabilidad parlamentaria o una subasta de deseos territoriales –los del Estado– o locales –los autonómicos– los pervierte. Cuando los intereses particulares priman sobre el bien general, quiebra la convivencia. 

Vivimos en la exaltación del victimismo. Quienes dan batalla presentándose como oprimidos o discriminados por cualquier causa, ya sutil o ficticia, pretenden obtener el reconocimiento de un estatus por encima del resto. Buscan así la satisfacción inmediata a sus demandas y promueven una moralidad superior para obtener privilegios que disfrazan de derechos ancestrales. Este discurso, cuando se exacerba en cualquier ámbito, fracciona la sociedad, la atomiza. El reparto de los dineros, los Presupuestos, constituye el caldo de cultivo ideal para que aflore este tipo de tensiones. Están a punto de aprobarse los del Estado y en plena negociación los del Principado. Elaborar unas cuentas es siempre complejo. La tarea precisa de buen sentido, mucha inteligencia, trato justo y vocación de ejemplaridad. No hace falta gastar sin límite. Hace falta gastar mejor.

Esta subasta del agravio siempre existió. En la deriva populachera de la actividad pública y su pérdida de referencias, emerge con descaro. Donde antes se guardaban las apariencias y mimaban las formas, ahora, al mandar para la parroquia, surgen los alardes. Por el voto a favor de la ley Celaá y del Presupuesto, el PNV presume de haber obtenido millonarios planes ferroviarios –que en Gijón se paralizan– y la cesión expeditiva de suelo militar para construir pisos –que tan imposible resulta lograr aquí para hacer de la Fábrica de Armas de La Vega el centro cultural y tecnológico de Oviedo–. Por lo mismo, ERC exhibe concesiones económicas y medidas contra la fiscalidad madrileña. Los independentistas y su ley del embudo quedan en evidencia. Ahora reclaman Estado, su bestia, para armonizar impuestos. Resulta peculiar que en la jerigonza de la gobernanza imperante armonizar signifique subir tributos, nunca disminuirlos.

Para conseguir algo hay que saber lo que se quiere, acopiar buenas ideas, argumentarlas con criterio y exponerlas con convicción. ¿Qué Asturias estamos construyendo? Falta determinar alguna dirección concreta y apostar de verdad por ella. La sanidad y la educación ya eran prioridad antigua. Algunas medidas en marcha hacen vulnerable a la industria. Diversificar el tejido productivo con empresas biosanitarias, nanotecnología, inteligencia artificial o conectividad suena todavía a quimera. No existe un fisco al servicio de la inversión y la innovación, ni un sistema de ciencia eficiente que prepare el despegue regional.

La prioridad presupuestaria estatal va a ser el tren de cercanías. Una apuesta inobjetable. A ver cómo se materializa y si acaba por ralentizar la variante de Pajares, porque la región cuenta con urgencias que llevan décadas de retraso y vuelven a quedarse en el tintero. El peaje del Huerna apenas mengua. El salto de las centrales de carbón a otro futuro energético en torno al hidrógeno verde y las energías renovables tampoco recibe un impulso. Por no hablar de la ridícula aportación a la Ópera, una empresa cultural de primer orden, o al Prerrománico, dos deficiencias endémicas.

Del lado de acá, las cuentas del Principado tendrán un techo histórico de gasto y probablemente rebasen por primera vez los 5.000 millones de euros, muchos sin margen, comprometidos en partidas fijas. Por lo que ha trascendido del proyecto, van a colocar el acento, cómo no, en lo social, con un fondo de rescate para afectados por el coronavirus. No solo con ayudas a los que sufren puede sostenerse la región, sin estimular también su economía.

Los fondos de la UE vienen de camino. Deben garantizar la viabilidad de este país haciéndolo competitivo, promover lo transformador y barrer lo improductivo. Existe una ley universal del aprendizaje según el filósofo José Antonio Marina: “Toda empresa, sociedad, persona o institución que quiera sobrevivir necesita aprender a la misma velocidad que cambia el entorno; y si quiere progresar, a más velocidad”. En el acelerado mundo poscovid que llega, quien no esprinte va a quedar descabalgado. Para hacerlo, en Asturias, en España, no queda otro remedio que soltar lastre y romper con los ejercicios de resistencia encaminados a desincentivar el provecho colectivo. El nacionalismo, el localismo, el mercadeo chantajista forman parte de esos viejísimos amarres. No cabe que continúen encontrando cobijo en los Presupuestos.