Pero a lo que iba: mi historial de salud era intachable, y por eso me pilló desprevenida e indefensa hasta extremos inauditos el ataque viral que cayó sobre mí por sorpresa. Pocas personas hay más precavidas y cuidadosas que yo con las mascarillas, la distancia de seguridad, los geles hidroalcohólicos y la lejanía respecto a lugares donde haya demasiada concentración humana. Y vivo sola, teletrabajo y mi familia más cercana está a 500 kilómetros de distancia. Pero el virus se coló por alguna rendija que no tengo controlada y, de golpe y porrazo, me encontré mal. Muy mal. Cada día peor. Pérdida de gusto y olfato (acompañada de náuseas ante la proximidad de comida), dolor de cabeza, fiebre punzante, dolor muscular y una creciente debilidad que convirtió cada movimiento, por leve que fuera, en una proeza física digna de un escalador de ochomiles. Ver una película o leer un libro se convirtió en una tortura, hablar por teléfono me dejaba exhausta, y tenía pesadillas con las pruebas PCR porque tres me hicieron y en las tres estuve a punto de vomitar. Un mes de naufragio y una certeza: de esta debilidad salgo más fuerte y con las ideas muy claras sobre lo que quiero que sea mi vida a partir de ahora”.