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Fernando Granda

Peligra el olvidado Pantanal sudamericano

El mayor humedal del planeta

La pandemia y Donald Trump no han dejado ver el bosque. Los grandes incendios que arrasan Australia, Estados Unidos y buena parte de la Amazonía han minimizando un fuego que se come una de las zonas ecológicas más importantes del planeta: el Pantanal, el mayor humedal del planeta, que tiene un tamaño superior a Grecia, por poner un ejemplo, u otros países europeos. Su lejanía de nuestra geografía contribuye a que tengamos escasa información del problema, cuando se cumplen dos años de la celebración en Madrid de la Cumbre del Clima.

El Pantanal, en un territorio que se encuentra en terrenos de Bolivia, Paraguay y Brasil, es un regulador del agua que da vida a una inmensa extensión llena de pantanos, lagunas, afluentes hídricos que riegan terrenos donde crecen densos bosques y beben especies peligrosamente amenazas: aves, felinos, tapires, nutrias gigantes y varias familias de animales difíciles de encontrar en otras zonas de América. Sus árboles almacenan carbono en enormes cantidades. Todo ello estabiliza el clima y ayuda al mantenimiento ecológico del continente.

Su función es similar a la del africano delta del Okavango, que en época de lluvias recorre gran parte del África meridional, enriqueciendo grandes extensiones áridas donde viven emblemáticos animales amenazados de extinción. El Pantanal regula los ciclos del agua, la purifica, de la que depende la vida del sur americano. Pero la sequía de este año, añadida a los incendios que provocan los agricultores y ganaderos del Mato Grosso para despejar tierras y explotar nuevos terrenos, han descontrolado la situación y han convertido la zona en un polvorín. Esto llega en medio del cambio climático que afecta al planeta y produce una verdadera catástrofe.

En Estados Unidos se están produciendo grandes incendios, algunos tan catastróficos como uno de Texas que lleva ardiendo desde mediados de agosto. Son crónicos los de California año tras año. Destructores como los de los últimos años de Australia, que no solamente arrasan tierras y poblaciones sino que provocan la casi desaparición de animales endémicos. Aniquiladores como los que se llevan a cabo en la Amazonía por desaprensivos terratenientes e insaciables multinacionales. Todos representan un peligro para la humanidad como huracanes, cataclismos o inundaciones, por lo que son objeto de especial atención en los informativos de todo el mundo. Ello hace que catástrofes como la que lleva muchos meses devastando el Pantanal del brasileño de Mato Groso, de Paraguay y Bolivia no sean objeto informativo en la mayoría de los noticiarios.

Sin embargo, la desaparición del Pantanal como la devastación continua de la Amazonía son tan importantes como el deshielo de zonas árticas o el calentamiento global. Y en lo que va de año la foresta que crece en el gran humedal ha ardido en más de un 20% de su extensión, según estudios realizados por la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio norteamericana, la NASA de los vuelos espaciales.

El agua del Pantanal, vecino al sur de la extensa Amazonía, rebrota durante los meses de lluvia y casi desaparece en la época seca. El ritmo de este anual fenómeno natural es evocado por los científicos como el latir de un corazón y conocido como el “pulso de inundación”. Esta maravilla natural es comparable al “prodigio” del delta del Okavango, el río que nace en zonas de abundante lluvia de Angola y cuando alcanza tierras de Botsuana vierte sus aguas, se desparrama, en zonas del Kalahari, y drena una amplia cuenca cuya extensión supera los setecientos mil kilómetros cuadrados, tanto como la Península Ibérica. Su recorrido baña unos 1.600 kilómetros de parte de las zonas más áridas del continente africano.

El deterioro del gran humedal sudamericano, provocado por acciones humanas, es otra contribución al cambio climático.

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